Santos: triunfo inapelable | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Junio de 2014

*El mandato por la paz

*Las bases del nuevo país

 

El triunfo histórico de Juan Manuel Santos, liderando una coalición partidista y de diferentes tendencias sociales, reconfigura la política nacional como pocas veces antes había ocurrido. Ya muy lejos están las épocas del Frente Nacional, al igual que en la actualidad el país ha desestimado la jerarquización autocrática, abriendo un amplio espectro que interpreta adecuadamente la filosofía de la Constitución de 1991, cuando se previó una nación más incluyente en la que, a su vez, las diferentes voces de movimientos y fuerzas cívicas tuvieran  expresión e incidencia sobre el devenir colombiano.

Sin duda alguna el país de hoy es diferente al de la semana anterior cuando, en medio de las tensiones, no se tenía certeza sobre cuál sería el dictamen de la Nación y el tono de los tiempos contemporáneos. Se hizo un gran esfuerzo por la regresión, por volver a las instancias infaustas en que predominaba el miedo y el espíritu de secta desde el Solio presidencial, fracasando en el intento de impedir que el país saliera a un llano diferente y se liberaran las fuerzas  nacionales en busca de la modernidad, la justicia social y la reconciliación, y se pudiera crecer económicamente, de manera plausible y equitativa.

Por lo demás, la Constituyente de 1991 se autorizó por la Corte Suprema de entonces como un Tratado de Paz. Aún si aquello fue lo que se presupuestó como fin supremo de la Carta Magna, durante los últimos 25 años ese propósito laudable se hizo cada vez más difícil por la infección narcotraficante en los diversos estamentos, la amenaza narcoterrorista, el embate de paramilitares y guerrilleros y la corrupción que pescó en ese baúl de anzuelos, drenando así la ola optimista que había significado su proclamación. Pero hoy, luego de que todas esas aristas deleznables han sido paulatinamente superadas, el país puede reencontrarse a sí mismo en un escenario diferente al de la confrontación, la vanidad política, la premodernidad y el espíritu de discordia como consigna permanente. Y eso hace, precisamente, que el triunfo de Santos sea histórico, desbrozando desde la propia campaña un nuevo país y distanciándose de las fuerzas regresivas.

Fue claro, por un millón de votos de diferencia que muy pocos esperaban, el mandato de paz otorgado al presidente Santos, luego de jugarse todo su capital político en ese objetivo.  Hubo de sufrir para ello, el Primer Mandatario y su familia, todos los dicterios posibles, hasta el punto de ser interceptados sus correos personales e inventarse falacias de mentes calenturientas que quisieron disminuirlo y acorralarlo, sin que nunca dejara de perder la serenidad tan indispensable en un país tan difícil de gobernar como Colombia. Y ese tal vez sea su principal mérito y la demostración de un carácter fuerte, dispuesto a sacar avante sus convicciones, sin recurrir a nada diferente que la democracia y la vocación de futuro colombiano.

No resultó tan reñida la contienda como lo presupuestaron los opositores. Mucho menos puede aceptarse el cariz de malos perdedores que dejó entrever el jefe del denominado uribismo, de nuevo anunciando hecatombes donde no existen y cuya altisonancia no demerita un ápice  la gran triunfadora de la justa electoral, que ha sido Colombia. Tampoco las voces aisladas de algunos generales retirados pueden ser faro de unas Fuerzas Armadas y de Policía a cuyo triunfo se debe, precisamente, el hecho de que actualmente se pueda sacar avante un proceso de paz con las Farc y el ELN, que sin duda alguna, como lo dijo el mismo presidente Santos en su discurso de victoria, se mantienen enhiestas y  al lado de la institucionalidad. Sabido está al interior de las Fuerzas Militares que ningún comandante supremo como Santos las ha sabido conducir, sin retórica innecesaria, a la victoria y que en la misma medida será el guardián de la heredad, de su gloria y de su honor, en el transcurso del proceso de paz y el posconflicto.

Relevante,  de otra parte, el hecho de que amplísimos sectores de centro derecha se hayan coaligado con sectores de centro izquierda a fin de lograr esa paz tan esquiva durante tantas décadas.  Ha ocurrido así en muchas partes del mundo, donde la democracia es civilizada y  permite acuerdos fundamentales sobre los puntos esenciales de la Nación, sin desdibujar por ello el contenido doctrinario y  los programas propios de cada modelo económico y social. Más que sabido está, en el realinderamiento de las tendencias políticas, los ganadores y perdedores. En lo que corresponde al Partido Conservador ha traído bien a cuento el Jefe de Estado reelegido lo señalado por el papa Francisco según lo cual se requiere mucho más valor para hacer la paz que para hacer la guerra. Ese, precisamente, fue el derrotero principalísimo de los conservadores con Santos. Sería un despropósito para la colectividad desconocer el resultado de las urnas, tanto en cuanto tiene el conservatismo, hacia adelante,  un espléndido reto en la modernización de sus estructuras y  la incidencia en la nueva Colombia. Consignas tan inverosímiles como las del castro-chavismo y otras  de igual tenor  sin prueba alguna, sólo para capturar la atención de los ingenuos e incautos, quedaron derrotadas por el propio adefesio de sus fantasías. El conservatismo ha dado y seguirá dando la lucha por la paz, lo mismo que por el avance económico con justicia social, tal cual lo hizo antes y lo hará después de las elecciones, manteniendo la coherencia doctrinaria y la orden perentoria de sus cláusulas imperecederas, según las cuales la colectividad no sigue caudillos, sino ideas y programas.

Con el triunfo de Santos, igualmente le ha llegado la hora a Bogotá. No más divisionismo ideológico  o pleitos interminables, lo que interesa es sacar a la capital hacia el escenario positivo que ha exigido casi un millón y medio de electores victoriosos.  Y desde luego ese triunfo también implica todavía mayor atención en las costas Atlántica y Pacífica, donde el triunfo fue igualmente contundente, sin demeritar los cambios en los Santanderes. Pero no se crea que porque Antioquia, y el Viejo Caldas quisieron el viraje hacia otras épocas se van a abandonar, sino a redoblar los esfuerzos por su modernización. La victoria de Santos ha sido nacional y nacionalista, mucho más allá de lo previsto, y eso incluye también aquellas zonas del interior del país en las que ya se verán los beneficios de la paz.

El mensaje internacional ha sido el de una Colombia madura y presta a una reconciliación, pero no a cualquier precio. Nunca como hoy, ni por lo manido, puede proclamarse con regocijo: ¡ganó la democracia!(JGU)