- Etiquetado nutricional frontal, primer paso
- Lo más importante es educar al consumidor
La última encuesta sobre situación nutricional en Colombia reveló que un 56 por ciento de los adultos entre 18 y 64 años de edad tenía sobrepeso u obesidad. De igual manera, la prevalencia de estas dos patologías en los menores ha ido aumentando de forma preocupante en los años recientes.
Como se sabe, esta circunstancia pone de presente la problemática de los malos hábitos alimenticios en Colombia, que no solo afectan de forma sustancial la calidad de vida de los “gorditos” sino que, además, las enfermedades derivadas de esta condición física tienen un costo muy alto para el sistema de salud, como ya es de público conocimiento. No estamos hablando de un tema menor o limitado a lo estético. Prueba de ello es el último informe del Banco Mundial según el cual las enfermedades relacionadas con la obesidad figuran entre las tres principales causas de muerte en la mayor parte de los países. Es más, la investigación llamó la atención en torno a que por mucho tiempo se creyó que este era un problema exclusivo de las naciones con ingreso alto, pero ahora las evidencias muestran que más del 70 por ciento de los dos mil millones de personas obesas y con sobrepeso vive en países de ingresos bajos o medianos.
Otra de las conclusiones se refiere a que consecuencias como la discapacidad, la morbilidad y la mortalidad derivadas de este estado físico tendrán un costo, en los próximos 15 años en los países en desarrollo, superior a los 7 billones de dólares.
Visto todo lo anterior, se entiende la importancia para los colombianos del nuevo modelo de etiquetado nutricional que tendrán los alimentos envasados, el cual fue lanzado esta semana. Es una de las medidas más relevantes de los últimos años para mejorar los hábitos alimenticios de la población, combatiendo de forma paralela tanto el sobrepeso y la obesidad como la desnutrición.
Se trata de un proceso regulatorio bastante complejo que durante año y medio fue concertado entre entidades gubernamentales, la industria de las bebidas y alimentos, la academia y redes científicas así como las organizaciones civiles de consumidores. Se logró un acuerdo sobre cuál debe ser la información obligatoria en las etiquetas de los productos, su ubicación frontal, los símbolos característicos de alerta y todo lo relacionado para que el consumidor conozca los componentes de lo que está comprando y tome una decisión objetiva al respecto. También se rediseña la tabla nutricional de cada alimento y bebida procesada, haciéndola más simple y entendible, incluyendo además la presentación del contenido de los nutrientes por cien gramos o mililitros y según cada porción.
Tema clave en todo este mecanismo es que el modelo adoptado no solo cumple con la reglamentación interna, sino que está enmarcado en las normas internacionales sobre la materia, que cada día son más exigentes y obligatorias, al punto que las empresas que no las cumplen son sacadas del mercado y deben pagar millonarias multas al Estado respectivo así como afrontar cuantiosas demandas civiles por parte de los consumidores que se consideren afectados por dicha infracción en el etiquetado nutricional.
Definido ya este modelo lo que viene ahora es un proceso no menos complicado y trascendental. Se trata de educar al consumidor sobre qué es y que implica que un alimento empaquetado o bebida envasada sea alto en azúcares añadidos, en contenido de sal o sodio o de grasas saturadas. De nada serviría que estos sellos monocromáticos de advertencia se ubiquen en la parte frontal del etiquetado de los productos, si los padres, madres, adolescentes y niños no saben a qué se refiere ni las consecuencias que traería ingerirlos.
Según el cronograma, el último paso en la adopción de este modelo de etiquetado nutricional en Colombia será en mayo de 2021 y la obligatoriedad del mismo comenzará en noviembre de 2022. En el entretanto, el Gobierno deberá expedir la respectiva resolución para que tanto las industrias de alimentos y bebidas colombianas como las extranjeras se adecúen a esta nueva reglamentación para hacer de nuestro país una sociedad de consumidores bien informados, al igual que con mejores hábitos nutricionales.
Como se dijo, este es un primer paso muy importante, pero no es el único que hay que dar en un país que, como el nuestro, está botando al año más de 10 millones de toneladas de alimentos en buen estado. Ya otras naciones nos llevan la delantera en cuanto a regulación de la llamada “comida chatarra”, prohibiendo incluso su venta en ámbitos escolares o a menores. También hay regulaciones cada vez más exigentes sobre la comida ultraprocesada e incentivos más eficaces para el consumo de alimentos en su estado más natural posible. Colombia va en la dirección correcta y, lo mejor, es que lo está haciendo por consenso y no tras los álgidos debates que se han dado entre productores y consumidores en otras latitudes del mundo.