* La inestabilidad de los funcionarios
* Hay que recuperar la confianza ciudadana
Las continuas renuncias en el gobierno de Bogotá impiden generar la planeación, ejecución y sinergias necesarias para sacar a la ciudad adelante. No es bueno que ello ocurra, mucho menos en momentos de convalecencia del Alcalde y cuando después de más de un semestre es necesario afianzar el equipo de gobierno.
Por lo general, la sana administración inicia por la designación de los subalternos. Que precisamente son la materia prima para sacar un proyecto político y administrativo adelante. De ahí que los primeros cien días en cualquier administración sean fundamentales, puesto que de lo que se trata en ese período es de aprehender y delinear la labor conjunta para los siguientes cuatro años.
Es, justamente, lo que no se ha podido en los siete meses que lleva el gobierno del alcalde Gustavo Petro. Son demasiadas las incidencias sobre los nombramientos y designaciones que se han producido en el lapso y ciertamente todo ello ha coadyuvado a que la administración no haya podido poner mojones firmes. La lista de renuncias y de realinderamientos se hace prácticamente interminable dentro de un tiempo tan corto, pero lo que sí es de destacar es que no es apropiado seguir en esa dirección.
En la política pública, como en la privada, es dable, desde luego, tener creatividad y debatir ideas, pero ello es totalmente insuficiente si no se tiene un equipo ejecutor que asuma las responsabilidades de llevar la teoría a la práctica, medir los riesgos y seleccionar los programas viables de los inviables. De acuerdo con ello, no es sano abarcar mucho, sino cumplir bien los requerimientos en que ha habido un compromiso.
En estos meses ya han ejercido tres Gerentes de TransMilenio, y de nuevo el tema está en el aire. Así ha ocurrido con otras entidades. El alcalde encargado Guillermo Alfonso Jaramillo tiene que mandar la señal perentoria de que esto no puede seguir siendo así y renovar todos los compromisos de los funcionarios con la administración. Nada más grave que lo que está haciendo carrera en los corrillos, según lo cual resulta incómodo trabajar en la actual administración distrital porque no existe el suficiente diálogo interno, se cambian intempestivamente las políticas y cada semana hay agendas nuevas.
En algún momento, por su parte, en Bogotá se pensó que era la hora de crear la institución del Vicealcalde. Aquello fue en las épocas de la Constitución de 1991 y del Estatuto Orgánico de Bogotá, cuando la ciudad era mucho más pequeña y de menos dimensión a la actual. Hoy, cuando la urbe es de tamaño gigantesco y se tienen presupuestos multimillonarios, así como responsabilidades de mayor envergadura a las de hace veinte años, sería interesante volver a retomar el debate sobre la Vicealcaldía. Esto no sólo como un funcionario que estaría de segundo al mando en la ciudad, sino que igualmente serviría para ocupar el cargo cuando se presentan casos fortuitos como el que vive en la actualidad el alcalde Petro.
El hecho en todo caso es que hoy lo fundamental en Bogotá es la recuperación de la confianza y el cambio y recambio de funcionarios cada mes no hace bien en ese propósito. Mal hacen quienes se comprometieron al ejercicio de la administración y dejan sus despachos al inmediato plazo, como por igual es nocivo por parte de la misma Administración nombrar a quienes no demuestran un compromiso claro desde el principio.
El Distrito Capital requiere urgentemente la estabilización de la Administración, pues es de ese concepto básico, de esa idea elemental de tener un equipo firme y comprometido, de donde nace la confianza ciudadana. El cambio permanente, por el contrario, produce intranquilidad y desorientación.