Con Emmanuel Macron podría haberse iniciado, en Francia, una era de mandatarios jóvenes en ese país. Fue lo que ocurrió en Colombia hace un tiempo con la sucesión de Gaviria, Samper, Pastrana y Uribe. Si bien ellos no tenían los 39 años que hoy tiene el galo recién posesionado y ampliamente victorioso en las legislativas del domingo, iniciaron, en todo caso, sus gobiernos con pocos años más. Fue común entonces que ministros y consejeros tuvieran escasa edad, inclusive llamándose “kínder” al círculo más cercano del poder. Hoy las cosas tienen cierto tinte contrario y hay candidatos presidenciales colombianos que bordean o pasan de los 70 años, al estilo de lo ocurrido con Donald Trump y Hillary Clinton, en los Estados Unidos, luego de Barack Obama, quien llevó a cabo su doble mandato en sus cincuenta.
Otro líder europeo que llegó antes o a la misma edad de Macron, al solio presidencial recientemente, fue el italiano Matteo Renzi. Tuvo un ascenso espectacular, pero se equivocó al llamar a referendo para modificar las instituciones italianas y lo perdió estruendosamente, por desgracia consolidándose la excesiva autonomía provincial, incluso mayor que la española, no obstante de nuevo signada por los amagos de secesión catalana. Desde luego, el capital político es para gastárselo y en ello Renzi no se reservó un ápice. Lo mismo que le sucedió al primer ministro David Cameron, en el Reino Unido, que por abarcar más, cuando convocó el reciente plebiscito para mantenerse o salirse de la Unión Europea, terminó por el contrario renunciando y sometiendo a su país a un viraje intempestivo que él mismo no quería. Ambos, a raíz de la derrota, aceptaron quedar por fuera del poder fruto del mensaje popular.
Una primera lección de la política contemporánea, en tal sentido, consiste en que llamar a referendos o plebiscitos no es lo aconsejable cuando se tienen mayorías parlamentarias para producir los cambios que se quieren. En ese caso hay que medir muy bien el momento y tratar de buscar el consenso frente al tema antes que acaballarse en la po-larización. En contraste está, por supuesto, el estruendoso fracaso del plebiscito Santos por la paz que, fruto de la división y el crispamiento político, en algunos casos fomentado desde el mismo Gobierno, produjo un resultado adverso y lesionó gravemente la legitimidad de la plataforma esencial de la Administración.
Por su parte, al nuevo presidente francés no ha debido ocurrírsele nada similar, viendo el fracaso de otros mandata-rios cuando han tratado de innovar por fuera del cauce insti-tucional rutinario. Por el contrario, Macron acaba no solo de obtener la mayoría absoluta de la Asamblea Legislativa gala, con su nueva colectividad “Republicanos en Marcha”, sino que dejó en la lona al partido socialista, del cual había sido ministro hace un año y que había sido rejuvenecido desde las épocas de Mitterrand (ahora aniquilado por la ineptitud de François Hollande). Porque, en efecto, una de las noticias más destacables de las últimas elecciones francesas está, precisamente, en cómo uno de los “socialismos” más vigorosos del continente europeo perdió todo espacio y quedó reducido a ser minoría. De hecho, solo el partido conservador, que obtuvo un 22 por ciento de la votación, salvó en algo la cara, en todo caso cediendo un número apreciable de curules. Con el triunfo de los adeptos a Macron, logrando 360 escaños con sus socios del partido centrista, no parecería darse mucho espacio para la oposición, con la extrema de la excandidata Marine Le Pen muy por debajo de las expectativas y solo ocho curules.
Pero las últimas elecciones francesas también tienen otra cara, que no es dable despreciar. En una primera instancia, Macron obtuvo un número bastante inferior a las curules que se presupuestaban y la exposición electoral fue por igual menor a la primera vuelta, incluso perdiendo curules simbólicas con los conservadores. Todavía más grave fue la gigantesca abstención que rondó el 60 por ciento por primera vez en muchos años, en Francia, cuando allí suele coparse una altísima proporción del censo electoral. Esto no es solo que el pueblo se abstuvo de darle un “cheque en blanco” a Macron, sino que existe un descomunal espacio hacia el futuro que no se sabe cómo se ocupará. Frente a ello, el novel mandatario francés tendrá que afincarse en sus mayorías para producir las reformas de inmediato y con ello tratar de convencer a los innumerables escépticos. Y por supuesto, ni pensar en referendos o plebiscitos que, como están las cosas, podrían ser un bumerán sin par.
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