La incansable cruzada papal | El Nuevo Siglo
Jueves, 19 de Diciembre de 2019
  • Decisiones históricas contra la pederastia
  • Del mea culpa a priorizar a las víctimas

 

 

"En estos últimos tiempos hemos podido oír con mayor claridad el grito, tantas veces silencioso y silenciado, de hermanos nuestros, víctimas de abuso de poder, conciencia y sexual por parte de ministros ordenados… Como Ustedes saben estamos firmemente comprometidos con la puesta en marcha de las reformas necesarias para impulsar, desde la raíz, una cultura basada en el cuidado pastoral de manera tal que la cultura del abuso no encuentre espacio para desarrollarse y, menos aún, perpetuarse… Si en el pasado la omisión pudo transformarse en una forma de respuesta, hoy queremos que la conversión, la transparencia, la sinceridad y solidaridad con las víctimas se convierta en nuestro modo de hacer la historia y nos ayude a estar más atentos ante todo sufrimiento humano". Esas fueron las palabras del papa Francisco en agosto pasado a todos los sacerdotes del mundo en ocasión del 160 aniversario de la muerte del francés Jean-Baptiste-Marie Vianney, conocido como el “Cura de Ars”.

Ese mensaje papal se ha repetido muchas veces desde que en 2013 este cardenal argentino asumió como el máximo titular del Vaticano. En ese primer día de pontificado prometió hechos de fondo en la cruzada de la Iglesia contra los escándalos de pederastia que por décadas sucedieron al interior de la Iglesia Católica y que, lamentablemente, terminaron siendo encubiertos por la propia institución religiosa. Tras los reiterados mea culpa de sus antecesores, el Papa argentino pasó de las palabras a lo tangible, poniendo siempre como prioridad a las víctimas y enfatizando que la nociva política del silencio para proteger a los victimarios se acababa de forma automática y tajante.

Un propósito que, como lo reconocen en todo el planeta, ha cumplido al pie de la letra, tomando decisiones sin precedentes siempre en pos de la justicia y la transparencia con quienes sufrieron abusos sexuales de sacerdotes, obispos y otros integrantes de las jerarquías católicas. Hasta cardenales y hombres fuertes de la Santa Sede han sido apartados de la disciplina eclesiástica y sus investigaciones pasado, por iniciativa o anuencia del Vaticano, a la justicia ordinaria de los respectivos países en donde fueron acusados de agresiones o de encubrimientos de las mismas. Precisamente por ese mandato papal de cero tolerancia con quienes mancharon con su sucio proceder la tarea evangelizadora es que en los últimos años se han multiplicado no solo las sentencias contra los agresores, sino las compensaciones a las víctimas.

Pero la cruzada no termina. Tras la cumbre mundial de obispos que se realizó a comienzos de este año, en Roma, para analizar los ajustes que debían hacerse a esa nueva política de justicia y transparencia con las víctimas de abusos sexuales, el papa Francisco ha tomado decisiones más radicales y ejemplarizantes. 

Además de pedir más renuncias de obispos y altos cargos acusados de pederastia, en mayo pasado el Pontífice modificó la legislación interna de la Iglesia estableciendo ahora la obligación de que los sacerdotes y demás integrantes de la estructura eclesiástica denuncien cualquier sospecha de agresión o acoso sexual o la menor tentativa de encubrimiento de estos actos por parte de los respectivos jerarcas de la jurisdicción.

A esa trascendental se sumó que esta semana el Papa eliminó el secreto pontificio en los casos de denuncias de abusos sexuales. En su larga e incansable batalla contra los escándalos de pederastia esta es, sin duda, una de las determinaciones más importantes, ya que elimina así la imposibilidad de que las víctimas pudieran conocer los pormenores de los procesos judiciales que los tribunales eclesiásticos adelantan contra los prelados señalados de abusos y el respectivo fondo y motivación de las sentencias y sanciones. Considerado por algunos como una especie de “ley del silencio”, ahora el secreto pontificio no podrá ser utilizado por los agresores como una mampara para esconder la verdad de su torcido proceder. Sin duda, el Vaticano dio un paso crucial en pos de la transparencia y la cero impunidad.

Muy importante señalar que el papa Francisco en el marco de esta cruzada no ha afectado en nada los principios doctrinales ni los mandatos fundacionales que soportan el funcionamiento de la Iglesia. Estos se mantienen incólumes y, por el contrario, el actual pontificado se ha esforzado porque el accionar eclesiástico vuelva, precisamente, a poner como prioridad en su día a día evangelizador la solidaridad, el amor al prójimo, el auxilio a quienes sufren así como la cercanía con el feligrés y la reconversión de los pecadores.

El Pontífice, como se ve, sigue cumpliendo lo que prometió desde el día uno de su mandato. Y a medida que, con hechos, ha demostrado que la Iglesia corrige el camino, el vigor del catolicismo no solo se mantiene sino que empieza a crecer en muchos rincones del planeta.