En un mundo como el actual, el afán de poder, dinero, fama se ha tornado en obsesión para muchas personas. Algunas lo logran y se ubican en el podio de los ganadores. Sucede con las grandes estrellas del cine, del teatro, los deportistas que se cubren de los laureles de la gloria.
Todo el mundo aspira a sobresalir, y las oportunidades no son abundantes, ni siquiera en los grandes países industrializados, donde la competencia es feroz. En estos tiempos no hay miramientos, lo que importa es subirse al carro de los que conquistan la supremacía, sin que se inmuten si tienen que pasar por encima de los demás. No hay solidaridad. La vida es un campo de batalla.
Las virtudes tan exaltadas otrora como la compasión, el amor al prójimo, han periclitado ante el ímpetu incontenible de una civilización moderna, pero en amplios núcleos vacía, superflua, lo que ha llevado a continua búsqueda de la comodidad, del dominio que proporcionan el dinero y el poder.
En este maremagno muchos sucumben víctimas de la frustración. No soportan ser perdedores. En un mundo, como alguien dijo, extraño y ajeno, en el que muchos nunca alcanzan las metas idealizadas, algunos no lo soportan, el equilibrio emocional se rompe y quedan en un laberinto que los aleja de la realidad. Es el desvarío en que se consumen millones de seres en el planeta. En los últimos años han aumentado los trastornos mentales. El trabajo de psiquiatras crece, porque no solo se trata de la gente de clase media o de la que se debate en condiciones de pobreza que se ve afectada por la locura; también en las de esferas altas rondan las fallas mentales, la ansiedad, la tristeza o el desencanto con la existencia. Es una de las causas para que con ocasión de la crisis financiera, el desempleo en naciones de la Unión Europea, como España, subiera el índice de suicidios. Pasar de un estado de comodidad, sin privaciones a uno de precariedad total abruma y desencadena reacciones que pueden llevar a la autoeliminación.
Es necesario que los gobiernos fortalezcan los sistemas de atención a las enfermedades mentales que ya en muchas partes constituyen problema de salud pública. Es quizá un mal del tercer milenio. Si no se controla, en los próximos será más diffícil. Hoy los casos en que explota la alteración mental son más comunes. Se registran hechos en los que alienados se pertrechan de armas y cometen ataques indiscriminados en cualquier lugar público. Ha sucedido en repetidas ocasiones en EE.UU., Europa, Asia. En el más reciente, eta semana, un individuo perturbado apuñaló a 11 personas en un aeropuerto en Bolivia. La Organización Mundial de la Salud también ha advertido sobre el incremento de los males que afectan la psiquis. La prevención es clave, difícil pero no imposible. La salud mental, una prioridad y deber de los gobiernos crear las instituciones que atiendan a quienes el infortunio los ha tocado en algo tan sensible como es el equilibrio emocional.
En muchos países es un servicio especial que cuenta con personal especializado y recursos suficientes para proporcionar atención a los pacientes con trastornos mentales. Es lo sensato, justo y humano tratarlos con los fármacos precisos y evitar en lo posible que se llegue a crisis extremas de los enfermos que obliguen a internación permanente en establecimientos psiquiátricos.
En diversos países, el ambiente social que nos rodea ha variado drásticamente en los últimos años, un cambio que está dejando marca en la salud mental: las depresiones han crecido un 20% y algunos estudios apuntan también a un incremento en el número de suicidios. Como ha ocurrido en España a raíz de las dificultades económicas que incrementaron el desempleo. Y no solo en Europa, en EE.UU. la población afectada por trastornos mentales ha crecido. Y algo que ha recibido cuestionamientos es que un número considerable de enfermos se concentra en cárceles, en lugar de estar en hospitales especializados.