- Símbolo de la unidad nacional
- El arte de gobernar para todos
El populismo suele asomar las orejas cuando no se tiene la convicción de que es a través de la operatividad institucional como se resuelven los problemas que puedan suscitarse del entorno social. Es cuando, por ejemplo, en lugar de confiar en la magistratura otorgada al Jefe de Estado, en las ramas del poder público, en las fuerzas legítimas y en las sindéresis de las mayorías ciudadanas, muchas veces silenciosas, para dar soluciones a los apremios sociales que suelen comportar los tiempos contemporáneos (con sus diferencias y características en todas partes del mundo), se pesca en río revuelto desde uno u otro flanco de los extremos ideológicos con el objeto de erosionar las posibilidades de resolución democrática a la mano y de advertir vacíos de poder inexistentes que, por el contrario, buscan conducir al agravamiento y el abismo, en lugar de respaldar los instrumentos de la firme y probada democracia colombiana.
El “fuego amigo” de que ha sido víctima el primer mandatario Iván Duque es un episodio deplorable frente a la trayectoria de los sucesos actuales. Porque lo mínimo que se espera, en circunstancias como las de hoy, es la confianza integral de sus correligionarios partidistas en quien por demás detenta un mandato electoral superlativo y cuyo resultado fue, en su gran mayoría, producto de millones de votantes ajenos a esa cauda, como es fácil comparar con el resultado electoral del Congreso, y que por descontado ven con extrañeza la crispación interna en algunos aspectos del partido de gobierno. En ese sentido, ha hecho bien el Presidente de la República en demostrar aplomo.
Y seguramente también ya habrá tenido en cuenta el Primer Mandatario que las profundas divisiones que se han dejado entrever al interior del gabinete y la cúpula gubernamental en estos días, en tantos y variados aspectos y fruto evidente del nerviosismo por las preeminencias, requieren de un llamado a somatén. Hace mucho tiempo que el palo no está para cucharas y lo peor sería dejarse llevar por factores eminentemente secundarios, inclusive minúsculos, frente a los verdaderos intereses del país. La unidad nacional, de la que el Jefe de Estado es vocero y representante, no es un símbolo para feriar a la suerte de los personalismos, ni de los pactos burocráticos o de cuanto pálpito intempestivo, sino que obedece al estricto precepto constitucional de gobernar para todos.
No es fácil, claro está, detentar la autoridad serena de la que hasta el momento ha hecho gala Duque. Podrá discutirse, desde luego, si se necesitan decisiones más rápidas, si el plazo para la “conversación” nacional es demasiado extenso y si hubo de declararse -la semana pasada- el toque de queda previamente y una vez se hicieron explícitos los propósitos de anarquía permanente de parte de los extremistas que, a no dudarlo, tenían preparado el caldo de cultivo del pánico y el curso premeditado del vandalismo para una jornada inverecunda de mucho mayor impacto. Lo que, afortunadamente, no lograron llevar a cabo en la dimensión pretendida a raíz de las acciones de contención eficaces y legítimas por parte del Estado. No en vano son centenares los policías heridos y hay uno muy grave en Neiva; se produjo asimismo la lamentable muerte del joven Dilan Cruz, en Bogotá, cuyas circunstancias se investigan; y se atentó contra el transporte público, con toda sevicia, a fin de crear parálisis y tratar de invocar un triunfo cobarde y efímero sobre la autoridad, el orden y, en particular, los derechos ciudadanos.
En el trasfondo de estas pretensiones anárquicas no debería, pues, sorprender en modo alguno la actitud de cierto exalcalde en trance de segunda candidatura presidencial, al jugar con candela y suscitar la animadversión y la polarización que, por el contrario, tienen hasta el cogote a la mayoría de colombianos. Es claro, no obstante, que las centrales sindicales lo han aislado, los estudiantes han denunciado el raponazo que ha pretendido llevar a cabo al intentar la vocería de las protestas y sus propios copartidarios de izquierda no quieren saber un ápice de él. No ha faltado, tampoco, que el presidente Duque lo desemboce y lo haya puesto en el candelero de la opinión pública. Lo peor para él está, por descontado, en que las cosas tomen una ruta acertada de donde puedan derivarse respuestas positivas para la gente. Es decir, donde pierda el populismo y se dé curso concertadamente a lo popular. Que no es lo mismo. El populismo es gobernar en provecho propio, a partir de manipular lo sentimientos del pueblo, mientras que un gobierno de carácter popular obedece a la noción democrática de Abraham Lincoln de gobernar para, por y con el pueblo, que es justo lo que está haciendo el Presidente, comenzando por abrir el diálogo social.