* Volver por los fueros del Foro Económico Mundial
* Dispersión temática afecta la utilidad del cónclave
Una torre de babel. En eso ha terminó convertido, lamentablemente, el Foro Económico Mundial, que se realiza cada año en Davos (Suiza). Es tal la amplitud de temas, exposiciones, conversatorios y eventos colaterales que, al final de cuentas, se produce un alud de información que es muy difícil de digerir y organizar con miras a derivar conclusiones útiles y eficientes sobre el tema central y originario del cónclave: el rumbo del modelo económico del planeta y la hoja de ruta para hacerlo más funcional para toda la humanidad.
Al Foro, que comenzó el pasado lunes en el paradisíaco paraje de los Alpes suizos, le ocurre lo mismo que, guardadas las proporciones, a la asamblea general de la ONU o las cumbres climáticas COP: se volvieron plataformas anuales de discursos y debates inconexos y subjetivos que, por su misma cantidad y diversidad temática, impiden avanzar de forma concreta hacia un fin claro y específico sobre un asunto en particular, sea cual sea. No hay, entonces, en semejante maremagno de conocimiento y discusión, la posibilidad de derivar conclusiones de alto impacto o, por lo menos, la probabilidad de identificar insumos que permitan construir soluciones o delinear medidas para superar las problemáticas más ingentes.
Todo lo anterior explica por qué la cumbre anual de Davos, edición tras edición, se ha vuelto cada vez menos influyente y punto de referencia, pese a que asisten no menos de un millar de directivos de las empresas más grandes del planeta, así como presidentes, académicos, filósofos, dirigentes, entes financieros multilaterales, activistas, referentes de la opinión pública, analistas y altos funcionarios públicos y privados de múltiples campos del conocimiento.
Los orígenes del Foro se remontan a 1971, cuando por iniciativa del profesor de política empresarial de la Universidad de Ginebra, Klaus M. Schwab, se convocó a 450 ejecutivos de empresas europeas para analizar las prácticas de administración de compañías que primaban en Estados Unidos, partiendo de la base de que el éxito corporativo debía ser integral, es decir que los beneficios tenían que irradiarse no solo a la operación productiva como tal y sus réditos a propietarios, socios, clientes y consumidores, sino también a empleados y comunidades en las áreas de influencia e impacto.
Ya en 1987, cuando su objetivo inicial había evolucionado hacia un aspecto más global sobre el rol geoeconómico y geopolítico de las empresas, basado en construir una cultura institucional fundada en la teoría de las partes interesadas, según la cual una organización es responsable ante todos los sectores de la sociedad, pasó a llamarse Foro Económico Mundial. Fue entonces cuando la misionalidad del evento se cualificó hacia reunirse anualmente para debatir múltiples agendas, propuestas y modelos políticos, económicos, sociales, institucionales, productivos y de otra infinidad de campos. Todo ello bajo el criterio de que el progreso se logra reuniendo a personas de todos los ámbitos de la vida que tienen el impulso y la influencia para realizar cambios positivos.
Paradójicamente, la ampliación temática del escenario terminó siendo, al decir de no pocos expertos, contraproducente. La intención de abarcar múltiples análisis y perspectivas debilitó su capacidad de delinear agendas específicas y puntuales. Ello llevó, incluso, a que la coyuntura marque cada año el énfasis de la cumbre, más allá de cual sea el tema central escogido para cada edición. En 2023, por ejemplo, los focos fueron para el presidente ucraniano debido a la invasión rusa y en esta ocasión es el mandatario argentino, Javier Milei, el que concentra toda la atención. Todo ello por encima de las alertas sobre los asomos de recesión mundial, el problema global del sobreendeudamiento de los países, la desigual reactivación pospandémica, las mayores brechas de desarrollo socioeconómico en todo el planeta, la crisis en el comercio internacional y los mercados de materias primas…
Es necesario que el Foro Económico Global retorne a sus orígenes. Convertirse en una torre de Babel, en donde hay infinidad de discursos, ponencias, foros, presentación de estudios y debates que, al final, no tienen mayor efecto a mediano ni largo plazos, no corresponde a su espíritu fundacional. No se trata, como ocurre con la asamblea anual de la ONU o con las COP, de cada quien vaya, eche su cuento, se tome algunas fotos y listo… Por el contrario, se requiere una focalización más efectiva sobre los asuntos importantes y prioritarios. Una concentración de conocimiento funcional, ordenado y proactivo que lleve a encontrar un saldo pedagógico, una conclusión práctica, creíble, probada y aplicable tanto desde lo público como de lo privado.
Si no hay tal corrección, la cumbre anual de Davos seguirá siendo una especie de tutti frutti temático en donde se habla de todo y poco, muy poco, queda.