No hubo mayor sorpresa en las elecciones francesas de ayer. Es de resaltar, por supuesto, el avance de la derecha radical, en cabeza de Marine Le Pen, que aumentó alrededor de 15 a 20 puntos entre la primera y la segunda vueltas. Lo cual quiere decir, ciertamente, que una proporción importante del electorado prefirió matricularse por anticipado en las tesis del ‘Frexit’, es decir la salida francesa de la Unión Europea y los cambios en las condiciones y los sacrificios de la globalización. No es cosa de poca monta, en el entendido de que un experimento así, en Francia, no tenía visos de presentarse hace poco tiempo y, por el contrario, ha tenido un avance sustancial en cabeza de Le Pen, que en todo caso será el punto fijo de la oposición frente a la difusa coalición y los conceptos variopintos que acompañan al nuevo y joven presidente francés.
En ese sentido, con Emmanuel Macron llega a Francia uno de los presidentes más jóvenes de la historia, al lado de Napoleón III, y con su flamante pareja se presenta como una alternativa de la posmodernidad, así como de las tesis escuetamente liberales que lo acompañan a partir de su experiencia de banquero experimentado, más aún en los temas del crédito, tan difíciles en estos momentos del mundo. Pero Macron también tiene rostro de socialista, precisamente matriculado en las ideas funestas de François Hollande, que han llevado a la más baja popularidad posible de un primer mandatario francés, también en la historia. De modo que esa situación calidoscópica, donde no se sabe con certeza cuál es la verdadera cara del nuevo presidente, es la noticia más apremiante del momento. Desde luego, es posible confiar en Macron para sacar adelante las ideas de libre empresa y de solidez democrática que requiere la nación gala. Pero, de otra parte, su alianza accidental, formulada única y exclusivamente para detener el fantasma del Frente Nacional (partido de Le Pen), es un factor que suena bastante incierto para el futuro de ese país y dentro del caldeado ambiente mundial.
En efecto, ya los conservadores británicos decidieron, con base en la voluntad popular, salirse de la Unión Europea pero, a su vez, han avanzado considerablemente en un pacto con los Estados Unidos que les signifique, incluso, mejoras desde el punto de vista económico y social, y afianzar la relación especial que siempre han tenido. No en vano han encontrado en Donald Trump y el Partido Republicano estadounidense la mano tendida y el pulso firme en la aparente creación de un nuevo orden orbital. En tanto, los franceses, en cabeza de Macron, habrán de depender básicamente de los dictámenes y las consideraciones de la también conservadora Ángela Merkel, quien ha apostado sus designios al libre comercio y la preponderancia alemana dentro del concierto de Europa. No se sabe, pues, en ese sentido, si Macron habrá de consolidar el concepto europeísta o si, por el contrario, su gobierno apenas será uno de transición hacia un rumbo todavía más incierto del que actualmente se tiene.
De otro lado, desde luego, también está Vladimir Putin, del que no se ha escondido la nueva cercanía con los Estados Unidos, pese a las ambivalencias del caso. En su momento, el mismo primer mandatario ruso se entrevistó con la candidata Le Pen, dándole preponderancia a las tesis antiglobalizadoras. Faltará ver ahora cuál es la conducta de Macron al respecto y si va a quedar exclusivamente atado a los empeños de Merkel, en los que Francia juega el papel secundario que aparentemente no quiere ninguno de los dirigentes galos, pero que efectivamente ocurre en la realidad monda y lironda. Y no, claro está, porque Francia no sea una de las cabezas evidentes de Europa, sino porque los factores condicionantes de la pertenencia de la Unión Europea, comenzando por las dificultades sociales, no parecerían tener, en ese caso, el recibo correspondiente.
La noticia más importante, aparte del triunfo de Macron y los avances de Le Pen, radica en la calamitosa situación a la que se vio abocada la centro-derecha a raíz del desvanecimiento que tuvo su candidato, François Fillon, por cuenta de los escándalos suscitados a raíz de haber tenido a su esposa e hijos de auxiliares en el Parlamento, a precios millonarios y sin constar las labores correspondientes. No se retiró Fillon cuando por desgracia, pero entendiblemente, fue blanco de todos los ataques, y ello impidió, apenas por algo más de un punto, su paso a la segunda vuelta. No quiere decir, por descontado, que la gran mayoría de ideas en Francia no estén afincadas en la centro-derecha. Pero no hubo vocero, por las razones ya dichas, para llevarlas a cabo y por tanto puede decirse que Fillon actuó como el mejor jefe de debate tanto de Macron como de Le Pen. Y eso a todas luces es lamentable, así la dinámica política presente otras realidades que serán muy debatibles a futuro.