"El terrorismo alimenta al terrorismo y los autores pasan al acto, no basándose en complots cuidadosamente preparados, sino que se copian unos a otros utilizando los medios más ordinarios". Esa advertencia de la primera ministra británica Theresa May resume la preocupante realidad a la que se está enfrentando no solo el Reino Unido sino toda Europa y el mundo a raíz de la racha de ataques terroristas que se han registrado en los últimos tres años. Ataques que, en la mayoría de los casos, tienen el mismo modus operandi: personas que nunca habían entrado dentro de la esfera de sospechosos de las autoridades que rastrean minuto a minuto a facciones yihadistas radicales pero que, de un momento a otro, perpetran atentados contra civiles inermes, utilizando como ‘armas’ desde bombas de fabricación ‘casera’ o artesanal, hasta vehículos pequeños, camiones, cuchillos, pistolas hechizas o incluso palos o bates. Ataques que terminan siendo altamente letales y son reivindicados al instante por los islamistas radicales.
Tras la serie de atentados que se registró en Francia, ahora el Reino Unido se ha convertido en el principal blanco de los llamados ‘lobos solitarios’ o pequeñas células terroristas que siguen los postulados del ‘Estado islámico’. Los británicos han sufrido tres atentados de gran magnitud en menos de cuatro meses. En la última semana de marzo un hombre que manejaba una camioneta en el emblemático puente de Westminster se lanzó contra los transeúntes y luego intentó ingresar al Parlamento, acuchillando a un policía antes de ser abatido. Cinco muertos dejó la acción criminal. El pasado 22 de mayo, al término de un concierto de una famosa cantante estadounidense en Mánchester, un joven inglés de ascendencia libia, que tenía adherida a su cuerpo una carga de explosivos, se hizo explotar matando a 22 personas, la mayoría de ellas niños y jóvenes que salían del estadio en donde se llevó a cabo el espectáculo musical. Y este sábado tres personas que se movilizaban en una furgoneta se lanzaron contra la multitud en inmediaciones del Puente de Londres y luego descendieron del vehículo para atacar con cuchillo a muchos de los presentes en la zona adyacente de bares y restaurantes de la capital británica. El saldo fue, de nuevo, alto: siete inocentes asesinados, a los que se sumaron los terroristas que fueron abatidos por la Policía apenas ocho minutos después de perpetrar su acción demencial.
Como es apenas obvio la seguidilla de ataques en apenas tres meses tiene en estado de alerta a todo el mundo occidental. No sólo porque las tres acciones terroristas tienen claros móviles relacionados con el islamismo radical, sino porque hay una misma línea de acción: individuos o pequeñas células de seguidores del ‘Estado islámico’ que golpean a inocentes en su entorno cercano y utilizan para ello cualquier medio a su alcance, desde un vehículo, un cuchillo de cocina o incluso un artefacto explosivo construido de forma artesanal y con productos caseros. Aunque tras lo ocurrido hay múltiples cuestionamientos a la eficacia de los servicios de inteligencia ingleses, lo cierto es que por más eficientes que estos sean, es casi imposible prevenir una acción terrorista de semejantes características. La propia May, que este jueves se juega su permanencia en el poder en unos comicios legislativos que han estado marcados por el impacto del terrorismo, no duda en advertir, con un tono casi resignado, que la amenaza de la "malvada ideología del extremismo islamista" no se puede enfrentar lanzando solo grandes operaciones antiterroristas, como las que se llevan a cabo en Siria e Irak contra el ‘Estado islámico’, sino que el combate debe darse también en el terreno de las ideas y el internet "para evitar la propagación".
Pero ese campo de batalla es, indudablemente, muy complicado no sólo para los británicos sino para el mundo libre. Los yihadistas han logrado infiltrar una gran cantidad de contenidos en las autopistas virtuales globalizadas y allí ‘reclutan’ a sus seguidores, los alienan, se adueñan de sus patrones ideológicos y transmutan sus escalas de valores hasta convertirlos en armas silenciosas y latentes, insospechadas, que se activan por sí solas, sin orden directa alguna y golpean en donde menos se espera sin detenerse ante nada ni nadie.
¿Está el mundo preparado para adelantar eficazmente el combate en este nuevo campo de batalla? Esa es la gran pregunta. May tiene toda la razón. Mientras no se le gane el pulso ideológico al terrorismo, sea cual sea el grupo o móvil que se invoque para tratar de justificarlo, será imposible detener los ataques. Ese es el verdadero y más importante desafío.