El descalabro brasileño | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Enero de 2016

Crisis agobia a la presidenta Rousseff

Corrupción y desarrollo no conjugan

 

Pese a que la presidente de Brasil, Dilma Rousseff, ha demostrado ser una malabarista de calidades excepcionales en lo atinente a la política local, las denuncias de corrupción que llueven a diario sobre su gobierno han horadado su popularidad y credibilidad entre la población de todos los estratos del país a niveles insostenibles.

 

La debacle económica que pauperiza de nuevo a millones de brasileños derrumba la aceptación que la mandataria tuvo en otro tiempo entre la masa de los marginados del país, a los cuales les había prometido sacarlos de la miseria y elevar sus condiciones de vida. Sin embargo, entre las promesas de campaña y la realidad hoy, es evidente que los pobres están más pobres en su segundo mandato, en tanto que los agentes de la corrupción han conseguido llenar sus alforjas con millones de dólares mal habidos. Hay que aclarar, eso sí, que hasta el momento no se ha comprobado que Rousseff esté implicada directamente en algún caso de soborno. Sin embargo, las acusaciones contra ella provienen de haber ocupado la presidencia de Petrobras durante el gobierno de Lula, así como por haber sostenido a los directivos de la empresa hoy acusados de corrupción y ya varios en prisión. Frente a esos señalamientos, la hoy Presidenta sostiene que no tuvo responsabilidad en las decisiones anómalas de la petrolera.

 

Es evidente que el esfuerzo de Rousseff por desligarse de los casos de corrupción que azotan su gobierno y la mantienen en el mayor índice de descrédito en los últimos años, no convencen. En las encuestas está en el mínimo de aprobación, con un escaso 7,7  por ciento, que corresponde a una parte de la militancia del Partido de los Trabajadores, la burocracia estatal y regional así como a elementos que dependen de las decisiones oficiales, sobre todo en la provincia. En tanto, más del 77 por ciento de los consultados califica de pésima su gestión y no cree en sus promesas, tampoco en que su política pueda mejorar la economía del país, hoy en recesión.

 

En el plano político la mandataria está cada vez más solitaria y aislada en el poder. Incluso su antiguo jefe, el expresidente Lula da Silva, se distancia de ella y se cuida mucho al salir en su defensa. Al parecer, ella incumplió el pacto con este veterano político, en torno a que quería aspirar de nuevo a la Presidencia, pero ella se lanzó al ruedo de manera imprevista e inconsulta para conquistar su segundo mandato.

 

Es indicativo que una de las preguntas frecuentes en las encuestas se refiere al grado de culpabilidad de la actual presidente de Brasil en el desplome de Petrobras. En ese tema la aplastante mayoría la declara responsable, puesto que no es posible que siendo la timonel de la más grande empresa del país y, posteriormente, entrar a gobernar la Nación, nada tenga que ver con la crisis. Incluso, más del 82 por ciento supone que es corresponsable de la corrupción en la estatal, lo mismo que de haber malgastado parte de los recursos de las regalías petroleras y no prever la caída de los precios del crudo. De allí que pese a las hábiles maniobras del gobierno para sortear el juicio político en el Congreso, cada vez es mayor el número de brasileños que exige que el poder legislativo cumpla su deber.

 

Rousseff se ve, entonces, cercada por las protestas en casi todas las grandes ciudades del país, en las que el pueblo airado exige su dimisión.

 

Aun así la mandataria no pierde, como se dijo, capacidad de maniobra. Por ejemplo, cuando se discutieron los recortes por medidas de austeridad en Petrobras, recomendó a sus subalternos que de ninguna manera disminuyeran la inversión en búsqueda y exploración de crudo, pues  constituiría un suicidio. Por lo mismo, en medio de los recortes burocráticos y de gasto en Petrobras, se decidió que la exploración de yacimientos de petróleo a grandes profundidades se mantiene frente a las costas del sudeste de Brasil, en tanto la  exploración y producción de crudo  recibirá el 81 por ciento de las inversiones. Una medida inteligente para que no se retroceda en autosuficiencia en hidrocarburos y se pueda aprovechar una eventual alza de los precios.

 

Pese a todo lo anterior, no pocos expertos consideran que parte de la crisis de Brasil se debe a que el país está pagando en parte el precio de intentar hacer desarrollo sin haberse blindado del flagelo de la corrupción, de lo que sería culpable no solamente Rousseff sino la clase dirigente que toleró la vigencia de ese esquema fatal.