Heroica coronel
La bomba de tiempo citadina
El problema de la seguridad en Bogotá se agrava todos los días, ya se ha convertido en el principal dolor de cabeza de los bogotanos. Son valiosos, intensos y diarios los esfuerzos que hace la Policía Nacional para prevenir y combatir el delito. Los cuadrantes han dado resultados positivos. Si bien el hampa se acomoda a las rutinas policiales, ya las conoce y las sigue mediante comunicación permanente, que le permite actuar cuando las patrullas rondan otro sector. El estado de alerta policial es permanente. En un evento sorpresivo y valeroso, la coronel de la Policía, Olga Patricia Salazar, en una zona peligrosa del centro oyó los gritos angustiosos de un parroquiano que pedía auxilio, al que un gatillero menor de edad había asaltado minutos antes; la coronel se bajó del auto policial y mostrando un sorprendente estado físico, encañonó al maleante y le dio captura. El gesto heroico y decidido de la coronel Salazar le ganó el aplauso del público, al requisar al antisocial se le encontró la gruesa suma de dinero que le había quitado al ciudadano, quien, a su vez, la había retirado de un cajero. Ese gesto de la coronel Salazar pone en alto el buen nombre de la Policía y es la muestra de cómo hasta las mujeres de la institución están en forma para cumplir su deber. Los altos mandos deben exaltar gestos como esos, que son un ejemplo para los agentes, puesto que la acción de la oficial que se juega la vida por la Policía habla muy bien de la moral de la institución.
El Gobierno nacional y el distrital intentan hacer lo que pueden por Bogotá. Uno de los grandes problemas que enfrenta la sociedad es la propia insolidaridad, en los barrios se sabe que proliferan las bandas de marihuaneros y delincuentes, que cobran peaje a los transeúntes, los insultan, los maltratan, los amenazan, abusan de los menores de edad que las madres dejan solos en sus viviendas o en la universidad de la calle cuando salen al trabajo. La situación en los barrios de la periferia es desastrosa y en no pocos casos semeja una película de terror, se dan casos de personas que son obligadas a cometer delitos mientras sus padres son rehenes de las bandas, de muchachas menores de edad entregadas por sus familias para pagar deudas impagables, las que terminan ultrajadas y tratadas peor que esclavas.
Se especula que muchas de las ‘ollas’ que existen en Bogotá, en donde se reúnen los viciosos a consumir y comprar drogas, son casas en abandono, en litigio o que por un tiempo están desocupadas, las autoridades han decidido demolerlas para escarmentar a los bandidos y limpiar la vecindad, en varios casos ya se anuncian pleitos que tendrán un costo millonario para el Estado. Esas ‘ollas’ no se forman de un día para otro, son producto del comercio ilegal y el abandono temporal de la autoridad o la falta de vigilancia, en tanto la ciudadanía se torna tolerante con los traficantes. Los vecinos al denunciar a tiempo a los expendedores de drogas facilitan la intervención policial y que no consigan una conquista territorial que degrada la zona.
La gran extensión de la ciudad, en donde numerosos barrios tuvieron origen en casos de invasión de tierras y de politiqueros corruptos que sobornaban a funcionarios locales o con la complicidad activa de éstos se apoderaban de terrenos distritales, hace más complejo el dominio de la situación por las fuerzas del orden. Se requiere del apoyo de la comunidad, lo que no es tan fácil en una urbe compuesta por gentes que llegan de todas partes y que suelen ser hostiles unas con otras, quizá por el temor que llevan en el corazón. Es preciso reforzar los valores ciudadanos. Puesto que no es posible tener un agente policial en todas las esquinas. La gran bomba de tiempo de la violencia no es en los campos, ya se está incubando en las grandes ciudades, donde existen barrios en los que el hampa aplica la pena de muerte y se cometen a diario toda suerte de delitos, como asaltos a los comerciantes minoristas, los ancianos que reciben su pensión y las mujeres que trabajan en los días de pago. El brazo del hampa crece y los asaltos a bancos y supermercados se vuelven rutinarios.