* Más protestas por inflación y carestía de combustibles
* El tsunami de la prolongación de la guerra en Ucrania
Como una especie de tsunami producido por un fuerte maremoto cuya onda creciente aumenta de forma constante la altura y capacidad destructiva de las olas, la prolongación de la guerra en Ucrania tiene efectos económicos y sociales cada día más lesivos.
Una prueba de ello son las tensiones y protestas en muchos países en donde la incontenible escalada inflacionaria, jalonada por la carestía de alimentos, productos agroindustriales y combustibles, está poniendo contra la pared a los gobiernos y bancos centrales que se han venido quedando sin margen de acción ni herramientas eficaces para amortiguar el crecimiento del costo de vida. Pese a que la mayoría han optado por subir sus tasas de interés para restarle liquidez a la economía y controlar consumo, junto a otras medidas contracíclicas, el escenario derivado de la confrontación ruso-ucraniana, a punto de cumplir cinco meses, neutraliza y resta eficiencia a esos planes de choque.
De ese coletazo ninguna nación ha estado exenta. El viejo continente registra una inflación récord y algunos analistas señalan que en las crisis gubernamentales de Reino Unido e Italia, así como en las tensiones crecientes en otros países de ese bloque, una de las causas o factores coadyuvantes -además de los típicamente políticos- es el creciente inconformismo por los pocos resultados de la estrategia para frenar el encarecimiento de la canasta familiar de productos y bienes básicos. En China, además de la alarma por rebrote del covid-19, la economía desaceleró por la incertidumbre global derivada de la sinsalida de la guerra en Ucrania y una baja en el consumo interno por cuenta de la carestía. Estados Unidos, por su parte, registra el alza del costo de vida más alta en cuarenta años y en medio de confusos pronósticos sobre un riesgo recesivo, la Reserva Federal se alista a subir, otra vez, sus tasas de interés…
En Latinoamérica el panorama no es mejor, e incluso podría decirse que es la región en donde la escalada inflacionaria de los últimos meses está teniendo mayores consecuencias en materia de movilizaciones sociales y exigencias drásticas a los gobiernos para que tomen medidas más efectivas para contener sus drásticos efectos. Para algunos analistas, esta circunstancia se debe, primordialmente, a tres elementos: la marcada vulnerabilidad de las monedas locales a las contingencias cambiarias derivadas de los altibajos en dólar y euro, que tienen su origen en la escalada de precios de los hidrocarburos; los crecientes porcentajes de importación de alimentos y agroinsumos, sobre todo los de origen ruso o ucraniano; y la persistencia de climas políticos y sociales muy débiles y, por lo tanto, marcadamente propensos a la explosión y la protesta…
Como en una especie de dominó, en los meses recientes se han registrado protestas en Chile, Perú, Ecuador, Panamá, Argentina y otros países. Sindicatos, campesinos, trabajadores, indígenas, gremios y población en general han salido a las calles a pedir que los Ejecutivos rebajen o congelen los precios de la gasolina y el diésel, al tiempo que amplíen o creen subsidios y ayudas monetarias directas a los sectores más vulnerables que, además de la persistencia del impacto empobrecedor de la crisis pandémica, ahora ven drásticamente reducida su capacidad de poder adquisitivo, sobre todo de alimentos y víveres de primera necesidad, cuyos precios han aumentado de manera exorbitante desde finales de febrero, ya sea por cuenta de agroinsumos más caros o de estructuras de costos de producción más costosas…
Si bien en algunos casos, como en Ecuador, los gobiernos han cedido a las peticiones sobre precios de combustibles y otras medidas antiinflacionarias, en otros las autoridades simple y llanamente no tienen margen de acción para acceder a las peticiones, ya sea por su alto costo fiscal o por la dificultad misma que implica oponerse de forma permanente y eficiente a las implacables reglas del mercado de oferta y demanda globales, en donde es claro que mientras persista la guerra en Ucrania será imposible contener la carestía de alimentos, productos básicos, agroinsumos y, claro, del petróleo, gas, carbón y otras fuentes de energía.
Este es un panorama preocupante que Colombia, en donde la escalada inflacionaria tiene un ritmo menos drástico, en gran parte porque el alto valor del petróleo no se ha trasladado mayoritariamente al consumidor interno, a costa de un billonario déficit en el Fondo de Estabilización de Precios sectorial, no debe perder de vista, más ahora que asoma la transición gubernamental y se anuncia una cascada de reformas de amplias implicaciones políticas, económicas, sociales e institucionales.