* Un caso clínico de megalomanía
* Ese no es el Libertador
El Gobierno del comandante Hugo Chávez, no se contenta con manosear la figura del Libertador Simón Bolívar, según sus fines políticos; el propio gobernante sostiene en entrevistas públicas que él mantiene una suerte de charla permanente con el gran hombre. Y utiliza el recurso de malinterpretar su pensamiento, sus palabras sacadas de contexto, para justificar la demagogia y controvertidas decisiones políticas. Al principio, pocos tomaron en serio sus comentarios sobre las supuestas charlas que mantenía con Bolívar, apenas los sectores más ignorantes del lumpen político le hacían caso, dado que las gentes informadas sabían que se trataba de una charada, de un recurso para captar votos de las zonas populares. Los verdaderos conocedores del pensamiento del Libertador mantienen silencio en el sentido de que no van a refutar a quien maltrata las ideas de Bolívar y con desfachatez se declara dueño de las mismas. La falta absoluta de rigor intelectual hace que la academia guarde silencio al respecto y no denuncie el estropicio intelectual, por no mezclarse en política barata. Con el tiempo el supuesto chavismo bolivariano se torna en obsesión. Al principio se utiliza el nombre de Bolívar para justificar los diversos actos despóticos y las decisiones más controvertidas del régimen. Después se habla de un Bolívar enemigo de los grandes propietarios, de los más pudientes de Venezuela. Incluso, se usa el nombre de Bolívar para justificar despropósitos y persecuciones contra empresarios y elementos prestantes de la sociedad.
Nada de eso es casual, aun el menos informado sabe que Simón Bolívar pertenece a la casta mantuana, de hidalgos y grandes propietarios que conformaron una sociedad, que sorprendió por su cultura al conde Luís Felipe de Segur cuando visitó Caracas, dejando la descripción en sus memorias de una sociedad opulenta y refinada, a la que pertenecía Bolívar y su familia. Siendo considerado entre los más ricos propietarios de grandes haciendas de cacao, ganado y de minas de cobre, que le habrían permitido vivir de las rentas en Europa si así lo hubiese querido, siendo que prefirió gastar su fortuna por la libertad que ser un rentista y acaso sibarita. Se diferencia el Libertador de la mayoría de políticos de su tiempo y de la actualidad, en cuanto consagra su ser y su cuantiosa fortuna para conseguir la libertad de los pueblos, lo que contrasta con aquellos gobernantes que llegan al poder para enriquecerse y que no vacilan en insistir que son seguidores de los ideales del héroe. Se reconoce que esos imitadores son tomados a risa por la población que sabe que en el fondo no son más que farsantes cuyo discurso suena a moneda falsa. Inicialmente se pensó que Chávez interpretaría fielmente el pensamiento del Libertador, lo que quizá le podría servir de camisa de fuerza para no desmandarse en el campo de la demagogia, recurso que le repugnaba al caraqueño para ganarse a las masas, que lo admiraban por sus acciones y por reconocer su natural impulso a la grandeza. Lo peor es que el gobernante venezolano no solamente se desbordó sino que convirtió su país en una especie de colonia de Cuba, por su sujeción a la voluntad de Fidel Castro, quien, a su vez, hizo de Cuba una colonia de la Unión Soviética.
Tras más de una década en el poder los cantos de sirena bolivarianos no convencen a nadie, para colmo han aparecido en el firmamento político dos jefes de la oposición que son descendientes de Bolívar, auténticos parientes del Libertador. Se trata de Henrique Capriles y de Leopoldo López, que desafían su poder y que han movilizado en Caracas medio millón de personas.
Los pasos de animal grande de los que llevan sangre del Libertador en sus venas han herido su megalomanía bolivarista. Le produce pánico que lo pueda derrotar un candidato que desciende en línea directa por la vía extramatrimonial del padre del Libertador, puesto que fue reconocido legalmente como su hijo Entonces se produce un fenómeno clínico que no es común, no se contenta con ser un supuesto imitador del Libertador, pretende invertir los papeles y se inventa un Bolívar que se parece a él, como si el demagogo llanero fuese más grande que el más grande de los dirigentes de Hispanoamérica. Y ese Bolívar elaborado con proyección digitalizada de su cráneo, no es más que la caricatura del mismísimo Chávez, que no corresponde ni a los informes de los que conocieron al Liberador, ni a las pinturas de quienes lo dibujaron y posó para ellos, como es el caso del pintor bogotano José María Espinosa. El Bolívar de Chávez no es más que un remedo de sí mismo, en un tosco delirio de hacer aparecer para las elecciones un falso Libertador de aspecto simiesco que sería como su clon.