Atentado al Presidente | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Junio de 2021

Se perdió el dominio en la frontera

* Urge plan de recuperación para Cúcuta

 

Lo que está ocurriendo en Norte de Santander, y en especial en Cúcuta, tiene que llamar la atención de todo el país, porque allí se están desenvolviendo acontecimientos geopolíticos de una envergadura sin precedentes para el futuro de Colombia. Basta revisar, a los efectos, la gravedad de lo registrado en los últimos meses para ver el carácter multifacético de lo que sucede en esa zona crucial. Y que, en una sumatoria de factores desestabilizadores, no parecería encontrar una estrategia clara que produzca una solución razonablemente pronta.

Todo ello viene a cuento, por supuesto, a raíz del insólito atentado del viernes contra el presidente de la República Iván Duque y su comitiva, cuando se pretendió llevar a pique el helicóptero Black Hawk en que se desplazaban, con disparos de alta precisión dirigidos a las aspas y el rotor desde las barriadas adyacentes, minutos antes de aterrizar en el aeropuerto cucuteño. Gracias a las características de la nave de guerra y a la experticia del piloto, los impactos no lograron el escabroso cometido. Pero a no dudarlo la intención era derribar el aparato, con el primer mandatario de objetivo militar evidente.

Al respecto, es sabido que cualquier afectación sobre aquellos aditamentos neurálgicos, en naves menos protegidas, causa ipso facto el estrépito circular a tierra. Y en ese caso el país estaría sufriendo un gigantesco drama adicional al que ya se vive por cuenta de la pandemia y sus múltiples consecuencias.  

Aparte de las protuberantes fallas en la seguridad presidencial, aparentemente con graves fisuras de información institucional, el atentado al Jefe de Estado es, sin duda, un hecho inédito en los anales recientes de la historia nacional. Muchos son, desde luego, los sucesos lamentables de este tipo, pero una acción contra un primer mandatario no se había presentado en una operación tan directa, ya por cuenta de un francotirador, ya por eventuales ráfagas de un comando específico.

Por desgracia, como se dijo, la historia del país no está exenta de estos acontecimientos dramáticos, solo en cuanto a los presidentes, para no hablar de otros líderes de importancia similar, algunos de ellos candidatos a la primera magistratura. De hecho, el país nació al mismo tiempo de la pérfida e inaudita conspiración septembrina contra el Libertador. Poco menos de un siglo después, se intentó un atentado contra el presidente de la época, Rafael Reyes, cuando iba al escampado en su coche, pero los victimarios fueron capturados y luego fusilados por orden presidencial. Más recientemente, el día del relevo entre los mandatarios entrante y saliente, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, las Farc detonaron artefactos explosivos hechizos sobre la Casa de Nariño. Fue un episodio similar a los disparos a la residencia privada en épocas del presidente Julio César Turbay, por el otro flanco. En ambos casos, asimismo, no hubo consecuencias de mayor alcance.

No fue así, sin embargo, cuando el M-19 se tomó el Palacio de Justicia para hacerle un juicio popular esquizofrénico al presidente Belisario Betancur, con amenazas de muerte incluidas. Circunstancias terroríficas que llevaron a la inmolación de la cúpula judicial del país y que todavía se recuerdan como el peor holocausto que registre la nación. En efecto, en los últimos lustros se revelaron intimidaciones contra los primeros mandatarios. Pero no habían llegado de algún modo a concretarse como en el caso de Duque.

  Superado el grave incidente del presidente actual, que ante todo pone de presente las intenciones a futuro de los criminales, es un alivio registrar que no se produjo la hecatombe que se buscaba. Lo que de inmediato lleva, del mismo modo, a volver sobre lo ocurrido hace un par de semanas en el abrumador atentado terrorista contra la Brigada militar de Cúcuta. Del que, por lo demás, todavía no se sabe con certeza qué fue lo que ocurrió, aparte de las decenas de heridos y amputados, y cuyo propósito era producir, a semejanza de las pretensiones sobre la vida del Jefe de Estado, un resultado de proporciones mayúsculas al asesinar a los soldados y asesores colombianos y extranjeros, bajo exactamente el mismo procedimiento de las acciones fatídicas sobre la Escuela General Santander, en Bogotá.

Son solo dos aspectos de una situación general catastrófica en la frontera con la satrapía venezolana. Y que, desde luego, pone gravemente en tela de juicio la soberanía del país. El costo de haber perdido el Catatumbo a manos de la criminalidad, con la manga mancha a los cultivos ilícitos, debe llamar la atención para la realización efectiva de un plan de recuperación inmediato. De allí proviene todo el fermento que tiene a la zona y a Colombia en ascuas. Es hora de actuar.