* Lluvia diaria de misiles y amenaza nuclear
* Los muertos y heridos pasarían de 240 mil
Al cumplirse hoy diez meses del inicio de la invasión de Rusia a Ucrania hay tres circunstancias que parecen, lamentablemente, confirmarse. La primera, sin duda la más preocupante, es que la guerra, que inicialmente se llegó a pensar que duraría solo algunas semanas, se alarga día tras día, e incluso hay pronósticos que advierten que dado el rumbo de la confrontación y las estrategias militares que implementan las partes, el conflicto no terminará este año y podría extenderse más allá del primer semestre de 2023.
Tras la irrupción de las tropas rusas el pasado 24 de febrero, no ha habido un solo día de cese el fuego. Las estimaciones de muertes y heridos son muy disímiles. Moscú y Kiev hablan de bajas entre 5 y 10 mil uniformados en sus filas, pero la ONU considera que las bajas podrían ser mayores, en tanto las de civiles superarían las 6.000, cálculo que otras fuentes consideran subdimensionado. De hecho, días atrás el jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos hablaba de no menos de 100 mil combatientes muertos o heridos por cada bando, en tanto que ascendería a 40 mil el número de civiles fallecidos en estos diez meses. En cuanto a desplazados, las agencias de Naciones Unidas y otras organizaciones tasan la cifra en varios millones, al tiempo que más del 60% de la infraestructura pública y privada ucraniana está semidestruida. La economía local, como es apenas lógico, se derrumbó casi por completo.
La segunda gran conclusión se dirige a que la posibilidad de una salida negociada al conflicto es, hoy por hoy, remota. El único intento de mesa de negociación se rompió hace varios meses y los gobiernos Putin y Zelenski todos los días se cruzan las más graves acusaciones y amenazas, sin que asome la posibilidad de una distensión a corto plazo en el plano político o militar. Por el contrario, la intensidad bélica ha aumentado de forma sustancial en el último mes. Lluvias de misiles caen a diario sobre posiciones rusas y ucranianas, e incluso se dieron impactos en la frontera polaca, país que hace parte de la OTAN.
Tras el polémico proceso de ‘referendos’ con base en los cuales Moscú decidió anexar varios enclaves ucranianos, las tropas rusas han sufrido varios y fuertes reveses, como la caída de Jersón, ciudad que tuvieron que abandonar ante la ofensiva de los contingentes locales. Kiev, si bien ha destacado cómo recuperó la iniciativa militar y varios bastiones territoriales estratégicos, no ha podido proteger sus centrales nucleares de generación eléctrica de los bombardeos rusos, lo que tiene a la población al borde de una tragedia aún mayor por la entrada inminente del crudo invierno en todo el país. A todo ello hay que añadir que la posibilidad del uso de arsenal nuclear sigue como una amenaza cada vez más potencial, sin que la ONU o el resto de las potencias occidentales puedan neutralizar ese peligro.
En tercer lugar, la prolongación de la guerra en Ucrania continúa siendo hoy el mayor factor de desestabilización de la economía mundial. Pese a la reanudación en agosto pasado de las ventas de granos y agroinsumos por parte de Ucrania y Rusia, los inventarios globales de alimentos siguen en déficit, lo que explica no solo la persistencia de la escalada inflacionaria en todo el planeta sino el comienzo de un clima recesivo del que ninguna nación estará a salvo. De igual manera, el mercado de los hidrocarburos sigue en medio de altibajos, con el agravante de estar ad portas del invierno en Europa, que no ha podido cortar del todo con la dependencia del gas ruso. La ‘guerra’ económica a Moscú, soportada en sanciones y aislamiento en múltiples frentes, ha golpeado a Putin, pero este continúa con margen de maniobra, lo que aleja la posibilidad de una estabilización del sistema productivo global a corto plazo.
Como se ve, la guerra en Ucrania no tiene visos de terminar prontamente. Por el contrario, lo que se evidencia es que la comunidad internacional y el propio sistema geoeconómico tratan de adaptarse y maniobrar dentro de la eventualidad -trágica y resignada- de un conflicto de largo aliento que cobra a diario muchas vidas y en el que el riesgo de un desenlace nuclear sigue asomando.