Los gobiernos responsables, que son producto de gestión de estadistas, tratan de superar la moda política del momento. Es una moda caracterizada por ese populismo fácil y vendible que amenaza con no extinguirse tan fácilmente. Para comprobarlo, recuérdese al respecto que, en un lúcido ejemplo de postergación política, Donald Trump ratifica su condición de perdedor, pero lo hace con 74 millones de votos a su favor. Un capital socio-político nada despreciable. Difícil asumir que ese fenómeno será efímero, cerrará operaciones el día de mañana y será olvidado ya para la semana entrante.
La superación, el ir más allá del populismo en todas sus variantes, busca posibilitar en las sociedades, a partir del ámbito político, un desarrollo tan integral como sostenible para los países y territorios. De allí que la Política -con mayúscula- sea la ciencia y el arte de lo posible, de promover innovación social a partir de las potencialidades de los diferentes grupos en una sociedad.
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De manera más específica, ese desarrollo debe tender a ser eficiente y eficaz en lo económico, equitativo e incluyente en lo social, así como sustentable en lo ecológico. Es así como la integralidad de los esfuerzos cobraría forma en pro de la mejora de la calidad de vida de las sociedades, sin que por ello se comprometa el equilibrio dinámico que les es propio, a los sistemas y recursos naturales, especialmente a aquellos de naturaleza renovable. En esto los ejemplos estarían conformados por los sistemas edáficos -de suelos-, de germoplasma o variabilidad genética, de bosques y recursos hídricos.
Sin embargo, es de tener presente que la producción requerida para el desarrollo, a su vez demanda inversiones en la economía real -la que se relaciona con la producción de bienes, servicios y empleo. Es a partir de esto que cobra una significativa importancia un indicador para procesos y mecanismos de esa economía real: la inversión extranjera directa.
Y he aquí un dato preocupante que recientemente ha publicado la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Según esta entidad, en 2019 -año previo al Gran Confinamiento- la inversión extranjera directa (IED) cayó 7.8% en la región. Se espera que para este año 2020, el desplome sea de un 50%. Con ello, los niveles de este indicador retrocederían a las condiciones que se tenían en 2005. Esto es una genuina amenaza para las condiciones sociales, característica que se agrega a los sombríos datos de caída de producción, empleo, de aumento de inequidades e inseguridad en las sociedades latinoamericanas.
No obstante, esta situación se encuentra a tono de lo que ocurre en el ámbito mundial. Ante la incertidumbre de procesos productivos, los grandes capitales se dirigen a la especulación bursátil. Al respecto véase el dramático crecimiento de los indicadores de bolsa, ya sea que los mismos se refieran al Dow Jones, al Nasdaq, al Standard & Poors, o a los índices de las bolsas nacionales -Ibex, España; Cac 40 de Francia; Eurostoxx 50 de las 50 empresas más grandes en Europa; Bovespa, Brasil; IPC, México y Merval de Argentina.
Un ascenso en estos índices puede representar, como actualmente ocurre, el fortalecimiento de nichos de mercado refugio para activos, lo que es lesivo para la promoción de empleo, oportunidades y reinversiones en las economías, componentes que aseguren una base sostenible de crecimiento, desarrollo económico y de creciente bienestar social.
En todo caso, se estima que la baja en la IED en el ámbito mundial se ubicaría en un -40% para 2020. Para 2021 -aunque los datos a estas alturas no ayudan mucho en el pronóstico- la recuperación sería de entre un 5 ó 10%. En esas condiciones, Latinoamérica evidencia ser la región en donde este indicador se desplomaría con mayor estruendo.
Al observar más en perspectiva el comportamiento regional de la IED, la tendencia al declive de esta variable no es nuevo, viene desde 2012. Es decir que de manera transitoria y con relativamente bajos niveles, se logró superar entre 2010 y 2011, los estragos que llegó a generar la última crisis financiera mundial, con su punto de inflexión el 13 de septiembre de 2008, con la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers.
En lo esencial, Latinoamérica y el Caribe, luego de un breve respiro de recuperación, volvió a merodear en los senderos bajos en los fondos de inversión extranjera en la economía real, tal y como lo reporta Cepal y lo argumenta Patricia Marchetti, desde Chile.
No obstante, estos datos generales, y tal y como podía haber esperado, no existe un patrón ni mucho menos uniforme en la región. Las cifras en el ámbito de los países son bastante heterogéneas. Sí existen países que demuestran mejora. Durante el año 2019, los países que recibieron fondos mayores para la inversión directa fueron: Brasil (43% del total regional), México (18%), Colombia (9%), Chile (7%) y Perú (6%). Obviamente esto está asociado al tamaño de las economías.
Quedaría pendiente el ejercicio de medir esa inversión extranjera directa en términos per cápita. Probablemente las cuentas ratificarían que algunos países pequeños sobresalen, tal el caso de Uruguay, Costa Rica y Trinidad & Tobago. Países estos que conforman el grupo de naciones más funcionales en Latinoamérica.
Las inversiones que promueven empleo generan a su vez empuje para el emprendimiento, la innovación y la creación general de oportunidades. Hoy más que nunca, con los efectos devastadores, atestados de densos infortunios, que deja la pandemia actual, es necesario que los recursos no fortalezcan sólo la economía financiarista. Esos recursos deben ser elementos de superación para grandes sectores empobrecidos. Todo ello, dentro de una política de oportunidades, de ayuda para la auto-ayuda, de promoción de sostenibles desarrollos integrales. Se operaría de esta manera con eficacia. Todo lo contrario al engañoso populismo de “humos y espejos” del que lamentablemente no está exenta la región.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
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