¿Será inevitable un cambio en las relaciones con China? | El Nuevo Siglo
EN LOS últimos meses se ha registrado una guerra entre Estados Unidos y China. La pregunta que surge es si una nueva administración modificará radicalmente esa política
Foto archivo AFP
Domingo, 8 de Noviembre de 2020
Giovanni Reyes

Más allá de los resultados históricamente definitivos, que al parecer deberán discurrir por sendas plagadas de afrentas legales, la situación política en Estados Unidos deja un escenario seriamente deteriorado. Reconstruir la gobernabilidad en relación con los nexos del poder Ejecutivo y el Legislativo es una tarea que, desde ya, bordea lo imposible. Se tendrá que lidiar con ello.

Luego, también está la gobernanza: la relación de los actores políticos elegidos, con la población se presenta como una labor que tiene enfrente, una ruta drásticamente empinada. En particular con el influjo trumpista que se ha hecho con no menos de 69 millones de votos. Es una marea humana especialmente emotiva, de mecha corta, fácilmente proclive a la violencia. Su cohesión gravita y se nutre de la intransigencia.



No obstante, si estos son rasgos de las condiciones interiores -subsistémicas- del país, no menos importantes son las repercusiones en el ámbito internacional -lo sistémico-. En este sentido, los desafíos se enrumban a las cuestiones del multilateralismo, el cual ha sufrido daños notables en los pasados cuatro años. Los retos tendrán que ver con negociaciones internacionales, los problemas de deuda estadounidense, además de la restitución de las cadenas de ensamble y suministros foráneos, y muy en particular, con los focos calientes respecto a temas de seguridad mundial.

Es en toda esta dinámica de donde emerge la importancia de la relación con China. Desde luego que con otras potencias los nexos deberían restablecerse, pero con Pekín los lazos deben cuidarse con particular escrúpulo y profesionalismo.

Debe recordarse al respecto, que mucho de la deuda estadounidense se la debe a China. Washington deberá revisar ahora, los flujos mediante los cuales China presta y continúa enviando recursos financieros a Estados Unidos a fin de que -con mucho- se compren productos chinos. 

En lo que constituyen jugadas de ajedrez internacional, nótese cómo el dinero regresa a la potencia oriental por la venta de sus productos, y los estadounidenses no sólo deben cumplir con el servicio de deuda, sino también ven acrecentar su vulnerabilidad internacional. Un dato al respecto. Un indicador que no se discute como debería, en los programas de la televisión estadounidense: el país estaría pagando casi 600 millones de dólares por día -sí, por día- en intereses por una deuda total que ya sobrepasa los 20 trillones -millones de millones- de dólares.

Este es un primer frente en la relación con el gigante asiático: los nexos financieros.

El comercio

Un segundo aspecto clave: la situación del comercio internacional.  Aquí Washington enfrenta el desafío de recuperar el papel que le corresponde en una globalización que, cada vez más, integra a las potencias occidentales -situación basada en el “intra-trade industry”-. 

Debido a que en los pasados cuatro años Estados Unidos se ha ido ensimismando en lo que constituye un arriesgado autismo, el vacío que ha dejado en la dinámica de la actual globalización, ha ido copándose con la presencia china.



Es de tener presente que Pekín, con la paciencia y previsión que le dan sus planes de larga perspectiva, ha ido tejiendo relaciones complementarias con Rusia, Europa y el sudeste asiático. Allí está, por ejemplo, el conjunto de nexos con la denominada “Ruta de la Seda”.  No sólo comercio sino también vínculos financieros y aseguramiento de mercados que permiten colocar productos y servicios a mediano y largo plazo.

Por otra parte, también la presencia de China se va imponiendo en las relaciones comerciales y de inversión con países africanos y de América del Sur. Con ello, China le disputa la presencia a Washington en su tradicional área de influencia cercana, es decir, en Latinoamérica. Se trata de una región de no menos de 450 millones de habitantes, con grandes posibilidades de expansión en la demanda interna.

Tanto en relación con lo financiero y lo comercial, así como respecto a las relaciones militares, es de reconocer que China está cambiando la dirección de su modelo general de desarrollo. A partir de enfatizar en el ingreso de divisas, producto de su agresiva política de exportación, el país se estaría encaminando ahora, al desarrollo de su mercado interno.

Esto hace que los nexos de China con Estados Unidos tengan como cimientos, mayores márgenes de maniobra para Pekín. Lo que a su vez posibilita que los fondos para el poder militar tengan una base de sustentación más dependiente de factores domésticos.

Es evidente que, en este tema de la seguridad, China mantiene firmes los límites con el tratamiento de disidencias tanto en Hong Kong como en Taiwán.  Al parecer se tendría que consolidar una delimitación de líneas rojas sobre lo inadmisible, lo que incluiría los límites en el Mar Meridional chino, en donde existen despliegues militares permanentes, coordinados desde Pekín.

Las vociferantes alocuciones del presidente estadounidense Donald Trump al respecto no han pasado de estridencias más dirigidas a sus incondicionales bases en Estados Unidos que a una efectiva política de logros internacionales.

Una renovada administración en Washington debe tratar -como mínimo, con menor entusiasmo- las tentaciones belicistas que, hasta ahora, prevalecen con Trump. Los focos de conflicto incluyen a Siria, Iraq, Irán, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y las hoy alteradas relaciones con Bruselas y Naciones Unidas.

Luego de las dramáticas elecciones, los peligros acechan a una nueva administración en Washington. Se requiere recobrar la sensatez, tacto, y pericia, a fin de ir solventando la problemática herencia en las relaciones internacionales, incluyendo los nexos con Europa, Rusia y China como parte de la dinámica del actual entramado internacional.