Maisky e hijos con la Filarmónica: sabor casero | El Nuevo Siglo
Foto cortesìa Filarmónica de Bogotá - Kike Barona
Jueves, 29 de Noviembre de 2018
Emilio Sanmiguel

Por supuesto que el nombre de Mischa Maisky (Riga, 1948) está en la lista de los grandes violonchelistas de nuestro tiempo. También lo es que verlo actuar al lado de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, como ocurrió la noche del pasado sábado, en el Teatro Mayor, fue toda una experiencia.

Porque en la segunda parte del concierto tocó el gran Concierto en Si menor para violonchelo y orquesta, op. 104 en Antonín Dvořák, que es una cumbre del repertorio. Lo tocó de manera extraordinaria, de verdad que lo hizo inspiradamente. Al fin y al cabo fue evidente su disposición de hacerlo en las más altas cotas, por el apasionamiento con el que recorrió el primer movimiento, Allegro; también porque logró ir a las profundidades del segundo, Adagio ma non troppo una de las páginas más personales del compositor, escrito como una especie de homenaje a Josefina Čermáková, su cuñada, de quien estuvo profundamente enamorado y por eso usó como tema el de su propia canción Lass' mich allein, favorita de ella: ciertamente Maisky recorrió el movimiento en estado de gracia y con un sonido francamente precioso.

La intensidad de su interpretación no disminuyó en el tercero, Allegro moderato, que le reservó al auditorio momentos de la más sincera entrega, sin perder, ni por un instante la concentración y el control que demanda una obra compleja y muy comprometida, así hasta el último momento, porque la manera como resolvió el Crescendo final fue, sencillamente magistral.

La Filarmónica tuvo, sin duda, una muy buena actuación. Al fin y al cabo se trata de una partitura que está en su ADN, pues a lo largo de su medio siglo de historia la ha recorrido en decenas de ocasiones y eso le debió facilitar las cosas al nuevo titular filarmónico, el catalán José Caballé, que tuvo un buen desempeño. Evidentemente la orquesta trabajó a gusto con Maisky y prueba de ello fue esa manera como los músicos, especialmente los de la sección de violonchelos, cada vez que sus Particellas lo permitían, seguían la interpretación del solista.

Claro, al final, el aplauso se convirtió en ovación. Luego de varias salidas a recibir la clamorosa manifestación, Maiky tocó la transcripción del Kuda, kuda, aria de Lensky del acto II de Evgeny Onegin de Tchaikovsky para chelo y orquesta: impresionante el fraseo y la emotividad.

Final feliz para un concierto que las tuvo de cal y arena. Porque la noche abrió, por decisión del titular, con la Suite del ballet Negro Goya del compositor catalán Enric Palomar, una obra que más allá de una ingeniosa orquestación, que sugería influencias de otros compositores y un par de españoladas, porque así es, resultó absolutamente tediosa, casi media hora de música plagada de pasajes aburridos, un latazo en realidad. Mejor habría sido programar, si de música contemporánea era que se trataba, algo del repertorio universal, o de alguno de los grandes compositores colombianos.

La primera parte del programa se complementó con eso que digo en el titular: Sabor casero: el Triple Concierto en Do mayor para violín, violonchelo y piano, op. 56 de Ludwig van Beethoven, con Maisky, claro, en la parte del violonchelo, y sus dos hijos, Sasha en la del violín y Lily en la del piano. Una decisión que, francamente parecía más adecuada para la Sinfónica Nacional de Fonseca que para una orquesta con la trayectoria de la Filarmónica. Porque, desde hace siglos se sabe que las leyes de la herencia de Mendel son esquivas con el mundo de la música, salvo excepciones, como el caso de los Kleiber.

Porque los hijos de Maisky, sí, tocaron con profesionalismo, pero no están a la altura del padre y salvo lo anecdótico, pues resultó complicado explicar su presencia en el escenario del teatro. Porque la interpretación del Triple fue todo, menos memorable y Maisky no logró estar a la altura de su prestigio, desde luego lo hizo bien, pero nada memorable. Si a ello se agrega que la dirección de Caballé, con una obra digamos que menor, a lo sumo, pudo ser calificada de adecuada y en algunos momentos tediosa, pues esa platica se perdió.

Ahora bien, si la intención de las directivas filarmónicas era darle al público la oportunidad de ver a un solista de prestigio internacional, hombro a hombro con músicos jóvenes, pues se dejó pasar de largo la ocasión para dársela -¿por qué no?- a dos solistas jóvenes nacionales, porque pianistas y violinistas, jóvenes y de talento, los hay, pero no tienen oportunidades.

En cuanto al titular filarmónico, José Caballé, todo parece indicar que, aún, no ha tenido la ocasión de demostrar si la decisión de haberle entregado la dirección de la primera orquesta del país ha sido, o no, una buena medida. El tiempo lo dirá.