El espacio como escultura: una vivencia en la UNAM | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Domingo, 6 de Septiembre de 2020
Gabriel Ortiz Van Meerbeke

En la Ciudad de México, un lugar tan infinito como contradictorio, existe un recorrido artístico único. Recurro a esta expresión forzada porque el Espacio Escultórico es una obra monumental que ha logrado permanecer casi intacta desde su inauguración en 1977 y que explora los límites de las exposiciones de arte, el paisaje y la escultura. 

La mejor manera de definir este lugar es desde el caminar. Primero, hay que adentrarse en una estación de metro y buscar la línea verde en dirección a ese microcosmos que es la Ciudad Universitaria, el nombre oficial del campus titánico de la Universidad Autónoma de México. Una vez en la UNAM, toca resistir a la tentación de desviarse para ver la Biblioteca Central, con su fachada de mosaicos diseñados por Juan O’Gorman que narran la historia mexicana, o el Edificio de la Rectoría con murales volumétricos de David Alfaro Siqueiros. En cambio, es necesario tomar la ruta del Pumabus (el servicio de transporte gratuito de la universidad) que termina en el Centro Cultural.

Una vez ahí, uno se puede dar el lujo de mirar de reojo el Museo Universitario de Arte Contemporáneo pero no entrar a la exposición del momento, que sin duda será excelente, porque falta trecho por recorrer. Acto seguido, bajar las escaleras que llevan a la sala de música Netzahuatl, el Teatro Juan Ruiz Alarcón y el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, edificios que demuestran que hasta el brutalismo tiene su encanto. Para finalmente llegar al Espacio Escultórico, que en realidad son dos secciones distintas: un “bosque” de esculturas y una obra descomunal, ambos ubicados en el interior de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel que extiende por más 237 hectáreas. 

Al dejar el complejo cultural se llega a las puertas de este lugar que solo se abren entre semana. Al cruzarlas hay unos enigmáticos diagramas inscritos en baldosas oscuras y porosas, hechos de la roca basáltica que le da su nombre a esta zona natural. En total son seis motivos distintos que representan las esculturas abstractas y monumentales que el visitante tendrá que ir descubriendo en la hondonada que se abre ante sus ojos. Aisladas estas estructuras gigantes juegan con su entorno inmediato, pero en conjunto conforman un recorrido abierto por el ecosistema rocoso de la reserva, árido en verano pero exuberante en épocas de lluvia haciendo que la experiencia estética varíe en diferentes momentos del año.

Los nombres de las esculturas dan una pista a la cosmología con la que dialogan sus creadores y dejan claro que están rindiendo un homenaje a la fauna endémica del lugar. Primero está La Corona del Pedregal de Matías Goeritz, cinco prismas triangulares rojos que se alzan sobre el punto más alto del parque. Desde ese punto se puede observar Variante de la Llave de Kepler de Manuel Felguérez, la única obra que es inaccesible y que se asemeja a una nave espacial. Al bajar una pendiente pronunciada y andar unos minutos surge un imponente “alacrán” azul oscuro, el Colotl de Enrique Carbajal, cuyo nombre artístico es simplemente Sebastián. Luego, brillando entre los arbustos aparece Coatl (o serpiente en náhuatl) de Helen Escobedo una serie de veinte gigantescos marcos metálicos que van rotando ligeramente mientras sus tonalidades se degradan cromáticamente del amarillo al rojo, pasando por el anaranjado. La ruta se vuelve empinada y al fondo aparece Ave Dos de Hersúa, dos moles enormes anaranjadas que logran amparar a los espectadores con un poco de sombra.

Por último, está la única obra en roca volcánica, Las Serpientes del Pedregal y Ocho Conejos de Federico Silva. Técnicamente son una escultura pero suele dividirse en las culebras geométricas que se encuentran en el punto más alejado del recorrido y “el chapulín”. Formalmente esta estructura se asemeja más a un saltamontes que a un conejo, pero su nombre remite al planeta Venus y al atardecer en el calendario maya. Simbólicamente es un umbral ya que es literalmente necesario pasar por debajo de ella para salir del bosque y caminar un poco más hacia la culminación del Espacio Escultórico.

Para continuar el trayecto toca cruzar una avenida que rompe el encanto de los animales mitológicos que se acaban de presenciar, pero el embrujo se vuelve aún más potente cuando al final de un sendero surge una plataforma elevada perfectamente circular rodeada por 64 estructuras piramidales. El diámetro exterior de todo el conjunto es de 120 metros y el “cráter” mide 92 metros en donde hay toda clase de plantas que crecen en piedras volcánicas que emergieron hace más de 1600 años. Estamos ante un anfiteatro eterno en donde la naturaleza es la actriz principal y espectadora privilegiada.[1] Las pirámides tienen una base rectangular, cuatro metros de altura y están separadas por la misma distancia excepto en los puntos cardinales donde la apertura es un poco mayor. Las personas pueden subirse a ellas para contemplar la elegancia simétrica de todo el conjunto o por lo menos descansar unos minutos antes de emprender el camino de vuelta al bello caos que es la capital mexicana.

El Espacio Escultórico, más allá de ser una de las primeras obras de arte en lo que posteriormente se denominó land art, también es una declaración contundente de parte de seis artistas que a finales de la década de los setenta se unieron para erigir un manifiesto tangible y sólido en contra de la supremacía del muralismo en el arte mexicano. Una obra de arte que no tiene comienzo ni fin, tampoco exterior o interior en donde se esculpe el espacio y el paisaje es un material. Pero ante todo, es una invitación a deambular libremente en medio de la naturaleza y un recordatorio que nuestra humanidad empieza en los pies.

[1] El único lunar que tiene este lugar mágico es que recientemente la UNAM construyó un edificio en las inmediaciones de la reserva natural, el cual rompe el campo visual de esta sección, destrozando la ilusión que estamos en un paraje natural pristinto. El debate ha llegado a tal punto que ya no son pocas las personas que han sugerido demoler la construcción, ya que sostienen que el paisaje es una parte integral de esta obra.