Cara y cruz del teatro isabelino | El Nuevo Siglo
Sábado, 19 de Abril de 2014

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

 

Por Isabelino más o menos todos entienden que se habla de la época de Isabel I, uno de los períodos más gloriosos de la cultura occidental. Pero la palabra también se acuñó, con menos fuerza, desde luego, para referirse al eterno reinado de la incombustible Isabel II.

 

El Isabelino de la Reina virgen tiene por estandarte a William Shakespeare y  el de Isabel II a Benjamin Britten.

 

En dos días Bogotá vio, con suertes muy distintas la cara y cruz de la moneda Isabelina, con la presentación de La tempestad de Shakespeare el miércoles en el teatro de Colsubsidio y con Missing de Amit Lahsv el Jueves en el de Bellas Artes.

 

La tempestad

 

Aparentemente La tempestad es el último de los dramas de Shakespeare, y una de sus grandes obras maestras. Un festival de teatro sin Shakespeare es, por lo menos, un evento incompleto.

 

La noche del miércoles en el Colsubsidio no cabía un alfiler en el auditorio para la presentación del grupo Chehkov International Theatre Festival de Rusia. Y las expectativas fueron plenamente colmadas. No es tarea fácil conseguirlo, precisamente porque se trata de una obra que, sin duda, una buena parte del auditorio conoce y algunos dominan.

 

Declan Donnellan, el director de escena, la presentó en el marco de una única escenografía cuya autoría firmó Nick Ormerod (también autor del vestuario), un sencillo muro con tres puertas que reveló su versatilidad gracias a las logradas luces de Kristina Hjelm.

 

En el centro de la tragedia la soberbia actuación de Igor Iasulovich en el exigente rol de Próspero, poderoso y de gran fuerza interior, pero también indefenso en sus rencores. Anna Khalilulina como Miranda pudo dotarla de encanto y fortaleza, en realidad una Miranda distante de la fragilidad tradicional y también algo «salvaje», en el sentido que a la palabra se le daba en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX; Miranda, como ocurre con todos los personajes femeninos de Shakespeare, tiene que redoblar esfuerzos dramáticos en sus escasos parlamentos para conseguir equilibrar la intensidad de la dramaturgia.

 

El tercer puntal del éxito corrió por cuenta de Andrey Kuzichev en el omnipresente Ariel, que es la luz que atraviesa toda la obra; el director Donnellan lo propuso con movimientos mesurados, que bien se complementaron con el vestuario sobrio que le diseñó Ormerod. Cerró el cuarteto protagonista el Calibán de Alexander Felklistov.

 

El Shakespeare de esta edición del «Iberoamericano» pasó la prueba con gloria…

 

Missing

 

La función arrancó luego de oír la voz de Anamarta de Pizarro anunciar por los altavoces de la sala la muerte de Gabriel García Márquez, que por increíble que parezca, no generó la reacción esperada, unos pocos se pusieron de pies, otros intentaron arrancar un aplauso a la memoria de quien puso la literatura colombiana a la altura de Cervantes, Lope de Vega y Berceo, pero  a la final no pasó nada. Inexplicable, pero así ocurrió.

 

En cambio, ¡por Dios!, qué ovación la que ese mismo auditorio le tributó a la compañía Gecko del Reino Unido, la otra cara de lo Isabelino.

 

Qué avaros con García Márquez y qué dadivosos con una propuesta que, a lo sumo, podría ser calificada de ingeniosa y precisa desde el punto de vista del movimiento y confusa y arrevesada desde lo dramático.

 

Porque es verdad que la pieza de Amit Lahav es un torbellino de ingenio, y algunos de los cuadros están perfectamente resueltos desde la dramaturgia, pero no nos digamos mentiras, había que ser un genio para entender otros.

 

El impecable movimiento corporal de los actores-bailarines y unos medios escénicos de sencillísima tecnología utilizada a tope fueron puestos al servicio de una historia cuya esencia no es muy sustanciosa: las vicisitudes de Lily la protagonista con regresiones a su pasado, su insulso matrimonio, la tragedia doméstica de sus padres, otras escenas que simplemente no se entienden, no resultaron suficientes para redondear 75 minutos de un espectáculo bañado por la, a veces, insoportable propuesta musical de Dave Price.

 

Parodiando a Shakespeare, el Isabelino del siglo XVI, hubo “mucho ruido y pocas nueces”.

 

No pasa nada. Se le apuesta a una obra, y las cosas no salen a pedir de boca.

 

Lo auténticamente preocupante es la reacción de un público que se supone, es la «Elite cultural» del país, que ovaciona de semejante manera una obra de segunda 75 minutos después de desairar a García Márquez, ¡un artista de primera!

 

Y luego se extrañan de los resultados del «Informe Piza» sobre el estado de la educación en el país…