Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
En los últimos tres años Bogotá ha sido visitada por dos orquestas de prestigio internacional: la del Diván dirigida por Daniel Barenboim y la Simón Bolívar de Venezuela con Gustavo Dudamel. La tercera gran visita ocurrirá esta noche con la presentación en el Teatro Mayor de la Sinfónica de Montreal bajo la conducción de su titular, el norteamericano de ancestros japoneses, Kent Nagano.
La del Diván no llenó las expectativas. Porque Barenboim hizo un concierto que, a lo sumo, pudo ser calificado de rutinario. Naturalmente para los estándares locales, con un público habituado a la Sinfónica Nacional y a la Filarmónica de Bogotá, el sonido de la del Diván, y la presencia de Barenboim, resultaron gloriosos y reveladores. Pero no fue así. Fue impecable, tal y como le corresponde a una orquesta de tanto renombre, pero no fueron un milímetro más allá de lo correcto.
Con la Simón Bolívar las cosas han sido a otro precio. Presumo que por muchas rezones. En primer lugar porque se trata de una agrupación nueva en la selección de grandes orquestas del mundo y por lo mismo no se puede dormir sobre los laureles. Dudamel es el primer director latinoamericano, no argentino, que alcanza renombre internacional y está en plena consolidación de su prestigio. Y… si se me permite, debe ser grato para los músicos venezolanos triunfar en esa Colombia que tanto se jacta de su cultura ante sus vecinos, que asegura hablar el mejor castellano de América y que piensa estrambóticamente que Bogotá es la Atenas Suramericana. Verdad o no, la Simón Bolívar y Dudamel en sus tres visitas al Teatro Mayor han hecho conciertos inolvidables.
De modo que hay una especie de empate: Cero puntos para Barenboim y el Diván y diez para la Simón Bolívar y Dudamel. La situación queda esta noche en manos de la Sinfónica de Montreal y Kent Nagano. Quiero pensar, por sus antecedentes, que Nagano pondrá la balanza a favor del teatro. Es decir, que hará un gran concierto. Primero por su trayectoria que es impecable y segundo porque la de Montreal es una gran orquesta, pero no está en el juego mediático de las anteriores. Como buena orquesta canadiense aúna las cosas buenas de las agrupaciones sinfónicas norteamericanas y los atavismos de la tradición europea.
Nagano es un artista de quien la crítica internacional aplaude la fortaleza y originalidad de sus planteamientos y su versatilidad para abordar exitosamente un repertorio singularmente amplio. Sus ancestros orientales se revelan en dos puntos concretos, la pureza de su sonido y la profundidad de su musicalidad que por principio evade los fuegos de artificio. La de esta noche es la primera visita de la orquesta bajo su dirección a América Latina, un compromiso que seguramente se tomarán muy en serio. De manera que el listón está muy alto.
Finalmente, o quizás en primer lugar, está el programa. Que abre con la edición parisina de Tannhäuser de Richard Wagner, es decir su obertura con la música del ballet del Venusberg, cuya ubicación al principio de la ópera le valió a Wagner el más bochornoso fracaso de su vida, porque ofendió la usanza parisina del ballet en la mitad de la ópera que le permitía a los patrocinadores cenar en Jockey, llegar al teatro, ver el ballet e irse de juerga con las bailarinas. Con la anécdota, o sin ella, la música es extraordinaria.
Cierra la primera parte la Suite del pájaro de fuego de Igor Stravinsky. Fue el primero de los ballets del revolucionario compositor ruso. Al igual que la obra anterior, aunque en estilos muy distintos, es una gran oportunidad para que la orquesta despliegue sus mejores galas colorísticas. El Pájaro de fuego es todo un reto para el director, pues contiene el eco de los grandes ballets de Tchaikovsky y anuncia la inminente revolución de Petrouschka y La consagración de la primavera.
El plato fuerte de la noche es la Sinfonía nº 4 de Johannes Brahms. Presumo que el gran mensaje de Nagano y su orquesta están contenidos en esta sinfonía, una especie de guiño respetuoso al público y a la ciudad. Si un director elige una obra de esta envergadura para una gira internacional, hay un mensaje, un buen mensaje, entre líneas. Porque en materia sinfónica Brahms es un reto, por la seriedad y encanto de su música y por toda la sabiduría contrapuntística que encierran sus obras.
Cauda
Y continúa esta noche la temporada de zarzuela de la Fundación Jaime Manzur en Bellas Artes. Desde hoy, y hasta el domingo, La leyenda del beso de la dupla musical de Reveriano Soutullo y Juan Vert sobre el libreto de la tripla de Enrique Reoyo, José Silva Aramburu y Antonio Paso. La dirección musical de la orquesta y coro del teatro está a cargo de Zbigniew Zajac. Diana Salazar hace la Amapola, Sidney Jiménez y Camilo Mendoza (su Juan de Gavilanes alborotó los tendidos el domingo 20 de abril: hasta interrumpieron la primera romanza para aplaudirla) alternan la parte del conde Mario y Juan Carlos Villarraga hará el Iván.