De niño, Johann Sebastian Bach abusó de sus ojos. Al morir sus padres, con apenas nueve años, quedó al cuidado del mayor de sus hermanos, Johann Christoph, organista en la Iglesia de San Miguel de Ohrdruf, que había sido discípulo de Pachelbel, uno de los grandes organistas del barroco alemán.
Su hermano se encargó de su formación musical y le inició en el estudio del clave. A lo largo de los años había conseguido hacerse a una importante colección de partituras que guardaba con celo en una especie de alacena. El niño, que había superado ampliamente las enseñanzas del hermano, deseaba tener acceso a la colección. Una noche deslizó su mano al interior del mueble, la sustrajo y se dio a la tarea de copiar las partituras a la luz de la luna. Le tomó seis meses hacerlo.
No tuvo final feliz la aventura porque Johann Christoph lo descubrió, le arrebató el trabajo, lo destruyó. La travesura, cincuenta años más tarde, le pasó factura.
No se sabe exactamente la naturaleza de la afección ocular que padecía Bach, pero, a finales de 1749 se agravó y para la primavera del año siguiente el dolor era insoportable.
En marzo de 1750, John Taylor, un famoso oculista británico, pasó por Leipzig, la ciudad donde Bach se desempeñaba como Kantor de Santo Tomás desde 1723, para dar una conferencia en la Universidad y de paso demostrar sus habilidades quirúrgicas. Operó a Bach y la intervención fue registrada por uno de los periódicos locales: Entre otros ha operado al Kapellmeister Bach, quien por el uso constante de sus ojos, casi se ha privado a si mismo de la vista. También se registró que la intervención había sido un éxito. No hubo tal. Resultó necesaria una segunda operación, que Taylor realizó, seguramente entre el 5 y el 7 de abril, porque el 8 abandonó Leipzig.
Como ocurre con tantos asuntos de la vida de Bach, no se sabe con precisión si fue la operación, o el postoperatorio, pero su salud se deterioró y quedó ciego.
Taylor, que después operó en Londres a Händel, con increíble ligereza escribió en 1761, once años más tarde de la muerte de Bach: un renombrado maestro de música, que contaba ya ochenta y ocho años, recobró la visión de mis manos; fue con este mismo hombre que el famoso Händel recibió su primera educación y con quien alguna vez pensé haber tenido el mismo éxito. Bach tenía entonces sesenta y seis años, a pesar de haberlo intentando, no conoció a Händel, que gracias a la operación de Taylor, también se quedó ciego.
Para mediados de julio Bach se agravó. El día 22 el archidiácono de Santo Tomás le suministró los sacramentos. Por esos días estuvo revisando el Coral BWV 641 y observó que la melodía del s. XVI podría servir para ser cantada con el texto Ante tu trono ahora compadezco. Estaba consagrado a una de sus obras más importantes, El Arte de la Fuga. Murió hacia las ocho de la tarde del 28 de julio. Hace 270 años.
Es verdad que no se trata de una conmemoración arquetípica. Pero no importa. Son los 270 años de la muerte del más grande compositor de la historia.
El funeral de Bach
Tres días más tarde se llevó a cabo el funeral, del cual no se saben muchos detalles. La ceremonia religiosa se llevó a cabo en la Iglesia de Santo Tomás de la que era Kantor y se presume que se cantó un motete para doble coro de Johann Christoph Bach, su tío, a quien admiraba profundamente.
Periódicos de Leipzig y Berlín publicaron la noticia sin mayor despliegue. Se iniciaba así: El famoso “Musicus” señor Joh. Seb. Bach, compositor Real de Polonia y de la Corte del Electorado de Sajonia, Kapellmeister de la Corte del Príncipe de Sajonia-Weissenfels y de Anhlat-Köthen, Director Cori Musici y Kantor de la Escuela de Santo Tomás, falleció el pasado martes 28, a la edad de sesenta y seis años, habiendo fracasado rotundamente la intervención practicada por un reconocido oculista inglés y por las desgraciadas secuelas de la misma.
A nuestros ojos llama la atención el “Musicus”; porque Bach no se consideraba a si mismo compositor sino Musicus, un conocedor de la Música como ciencia, un estudioso del arte del sonido.
El legado bachiano
Una viuda, su segunda esposa Anna Magdalena y nueve hijos. Cuatro de ellos, producto de su segundo matrimonio, eran menores de edad. Los del primero, Wilhelm Friedmann, Carl Philipp Emanuel y Johann Christian Friedrich eran músicos prestigiosos y Elisabeth Juliana Friderica ya estaba casada. Anna Magdalena tenía cuarenta y ocho años y cinco hijos.
Se hizo el inventario detallado de las posesiones: el dinero, la cubertería, objetos de plata, peltre, latón, cobre, la ropa, los muebles y los libros de teología. El 11 de noviembre se hizo el reparto.
Bach no era pobre. Tampoco rico. Pero hasta era socio de un pequeño negocio de minería. A Anna Magdalena le correspondió la tercera parte, las dos restantes, en partes iguales, para los hijos.
Todo parece indicar que no hubo problemas en el reparto, salvo una discusión, sin mayores consecuencias, cuando el menor, Johann Christian, que pasó a la historia como el Bach de Londres, alegó que cuatro instrumentos, tres claves y un clave de pedal le habían sido obsequiados previamente por su padre. Para el reparto quedaron otros siete claves, laúdes y otros instrumentos.
Como se ve, el verdadero tesoro, la música y la biblioteca, no figuraron en el inventario de la herencia.
Aparentemente él mismo, o bien dispuso previamente el destino de sus composiciones o, hubo un acuerdo entre los hermanos y la viuda, lo cual sería menos probable, pues tras el funeral, los hijos que asistieron, regresaron a sus lugares de trabajo, fuera de Leipzig. La primera teoría sería más verosímil, puesto que en agosto, Anna Magdalena negoció con el rector de Santo Tomás la parte que le había correspondido.
Lo que interesa de todo este asunto es el hecho de que, al morir, Bach sí era considerado una eminencia musical, uno de los más respetados organistas de Alemania y uno de los polifonistas más autorizados del norte de Europa. Pero no era una celebridad. Incluso, hasta se le veía como un personaje anacrónico.
De sus hijos, el único que realmente intuía la magnitud artística de su obra fue Carl Philipp Emmanuel, a quien le correspondió, por ejemplo, parte del primero de los tres ciclos de Cantatas, que de su mano pasaron a Georg Poelchau, un coleccionista que luego las entregó a la Singakademie de Berlín y que finalmente, en 1854 fueron adquiridas por la Biblioteca Real de Berlín, hoy Stastsbibliotek zu Berlin. El resto de Cantatas de dicho ciclo, que le correspondieron a Johann Christoph Friedrich, simplemente desapareció.
En buena hora los manuscritos de obras de la trascendencia de la Pasión según San Juan y la Según San Mateo, la Misa en Si menor y el Oratorio de Navidad terminaron en manos de Carl Philipp Emmmanuel, porque la parte más significativa del legado que le correspondió a Johann Friedemann, desapareció.
Zelter y Mendelssohn
Que la obra de Bach fuera vista en sus justas proporciones se debe, fundamentalmente, a dos personajes, Carl Zelter y su discípulo Felix Mendelssohn-Bartholdy en el siglo XIX.
Fueron ellos los encargados de iniciar los estudios a fondo de la obra de Bach. Mendelssohn personalmente se encargó de exhumar y presentar al público la Pasión según San Mateo, en un concierto de vital importancia para la historia.
Desde el día de la muerte de Bach, hasta nuestros días, mucha agua ha corrido bajo el puente. Hoy se puede afirmar que ese día, 28 de julio de 1750, murió el más grande compositor de todos los tiempos.
¿Qué hace que ese título le corresponda?
Sobre el papel es fácil decirlo: a diferencia de todos sus colegas, Bach dominó la música como un hecho científico. Pero lo hizo sobre la práctica. No dejó para la posteridad tratados o documentos teóricos. Hizo de la música una ciencia, pero lo hizo a través de sus composiciones y así partió en dos la historia.
Lo que Newton fue como filósofo, lo fue Sebastian Bach como músico.