La indiferencia
Me repele cualquier sentimiento de desprecio hacia lo insignificante, la insensibilidad de los ciudadanos, la pasión por lo indiferente, la pérdida de entusiasmo, la apatía ante tantos sufrimientos innecesarios vertidos, la desgana por todo y la despreocupación frente a esta injusta realidad. Parece que el espíritu de la inercia, o la acústica de las ideas, nos ha puesto una coraza. Pienso que nos escondemos en la fría dejadez, incluso cuando causamos el dolor, y así poco a poco se va gestando una manera de vivir tan necia como irresponsable.
Por eso es importante activar la ilusión ante las muchas decepciones que a diario nos sirven en bandeja. Hay algo que da grandiosidad a cuanto existe y es la de construir una utopía que nos permita trabajar unidos. La necesidad humana de compartir cosas es evidente. Desgraciadamente, el mundo actual se muestra indiferente ante tantas colaboraciones interesadas, ante tantos peligros propiciados por un afán egoísta, que se deberían resolver con urgencia.
Tenemos que desterrar de nuestras vidas esta flojedad que nos acosa, ser más comprensivos y mostrar otro interés más solidario por promover el pluralismo y proteger los derechos de las minorías y los grupos vulnerables. Para ello, debemos usar toda nuestra creatividad por avivar un mundo más habitable. Ahora bien, mostrar un espíritu tolerante no significa permanecer pasivo frente a las injusticias. No es cuestión de guardar silencio frente a las atrocidades de superioridad que se producen. Por otra parte, no debemos olvidar que hace falta entusiasmarse por el bien colectivo para poder liberarnos, todos unidos, de tanta insensatez sembrada. Tengamos en cuenta que nada se eleva sin las alas del entusiasmo.
Ya no debemos seguir por más tiempo en una actitud de indiferencia. Comenzar, con toda seriedad y responsabilidad del caso, a tomar la dirección debida, a llamar a los problemas por su nombre, y a tratarlos con total y absoluta franqueza. No es bueno que la indeferencia se propague por todo el planeta.
Para dolor de todos nosotros se ha instalado en nuestras habitaciones interiores una complaciente indiferencia que imprime dolor, la creencia de que existen muchos hábitats y muchas maneras de subsistir, sin apenas inquietarnos las absurdas hazañas, la adopción de riesgos, el espíritu dominador envenenado frecuentemente por el resentimiento más cruel. ¿Cómo esperar que venga una etapa de sosiego? Sin duda, urgen centrar todos nuestros esfuerzos, los de la humanidad entera, en una acción nueva y conjunta, activada por la perseverancia, el ahínco, de que cada ciudadano por sí mismo se merece la oportunidad de vivir dignamente.
*Escritor