No se puede desconocer hoy el protagonismo de la figura del vicepresidente(a), el cual comienza a advertirse desde el proceso electoral. Su selección es parte clave de la estrategia y, a su vez, la rodea de grandes expectativas. Así como de potenciales e insospechadas repercusiones en el futuro gobierno, como lo vemos en la actual campaña presidencial en todos los sectores políticos.
En la historia política y constitucional de Colombia la figura vicepresidencial ha estado más presente de lo que se cree. Adoptada desde el inicio de la vida republicana (1819), aunque su ejercicio no ha estado exento de polémicas y disputas, ha sido el mecanismo predominante para cubrir las faltas temporales y absolutas del Presidente; y así garantizar la estabilidad institucional del régimen presidencial.
De hecho, es su finalidad esencial. Sin embargo, después de que en 1910 fuera abolida y se introdujera la del Designado, en la Constitución de 1991, que reestableció dicha figura, se buscó darle mayor presencia, facultando al Presidente para que le confíe “misiones o encargo especiales y lo designe en cualquier cargo de la rama ejecutiva.” (Art. 202).
Durante el siglo XIX el vicepresidente era más bien una figura que compensaba o buscaba dar balance a las tensiones regionales y políticas, entre las habilidades militares predominantes -usualmente de los presidentes- y las habilidades jurídico-administrativas y económicas de los vicepresidentes. Funcionaba como una especie de esquema político de contrapesos dentro del ejecutivo. Y hasta la abolición de la figura en 1910, varios de ellos fueron elegidos luego presidentes.
Pero, desde su restablecimiento en 1991, la selección de la fórmula vicepresidencial se tornó en asunto de estrategia política para aumentar respaldo electoral. Y su protagonismo ha tendido a diluirse una vez en el cargo, pese a intentarse distintas modalidades de trabajo desde el gobierno. En este sentido, tal vez la excepción fue Humberto de la Calle, primer vicepresidente en esta nueva etapa, quien renunció al cargo como reproche ético al presidente Ernesto Samper por el proceso 8000; constituyéndose en el único acto político realmente significativo que ha realizado un vicepresidente desde entonces.
Desde 1994 han ocupado el cargo ocho personas, y entre ellas solamente una mujer, la primera en la historia. La modalidad de trabajo vicepresidente-ministro más bien ha sido la excepción con Gustavo Bell, ministro de Defensa (2001), y actualmente Martha Lucía Ramírez, ministra de Relaciones Exteriores.
Otro caso interesante fue el de Germán Vargas, quien se encargó de liderar la gestión de todo un sector. Y es el único que renunció para intentar suceder al Presidente (2017). Pero, pese a la ventaja por sus ejecutorias como vicepresidente, fracasó en el intento. En parte por la “traición” entonces de varios de los hoy integrantes de la llamada coalición Equipo por Colombia, quienes prefirieron asegurar más poder, apostando a un débil gobierno con Duque y así aspirar luego a sucederlo, como efectivamente está ocurriendo.
Finalmente, para la próxima vicepresidenta(e) se debería intentar otra modalidad para su quehacer en el gobierno. Pues, entre más se va del centro a la izquierda política, más se acentúan factores como la inclusión y convergencia de actores y referentes culturales, sociales y éticos -antes invisibilizados- alrededor de la fórmula presidente-vicepresidente y son cada vez más exigentes en cuanto a su efectividad. Ya no basta con la sola figuración.