Inmarcesible (I)
TRAS aquella contundente sentencia “si me voy yo, ¡nos vamos todos!”, el Presidente se vio impelido a pronunciar el pasado 24 de marzo un discurso estremecedor para precisar cómo después de mil altibajos y contrasentidos finalmente… el Ejecutivo impondrá orden en el sistema de Justicia.
Parafraseándolo, que siempre es un buen método pedagógico para comprobar si los ciudadanos estamos percibiendo a ciencia cierta los dictados del Jefe de Estado, podemos imaginarnos una alocución equivalente para el caso de las negociaciones con la subversión, ilusionados con que, viéndose en ella reflejado, alcance a percibir mejor su propia obra y su legado.
“Colombianos: Esta noche quiero hablarles del curso que han tomado las negociaciones con la guerrilla en Cuba.
Porque si algo nos distingue -dentro del escenario mundial- es que tenemos la democracia más antigua de América Latina donde, a pesar del conflicto, funcionan las instituciones y opera una división real de poderes. Sin embargo, en La Habana me he visto obligado a aceptar que el funcionamiento de esa democracia es completamente insatisfactorio y que solo se perfeccionará gracias a la orientación que nos brinden quienes han dedicado su vida con tesón e intrepidez al terrorismo.
Lo cierto es que esa institucionalidad tenemos que preservarla y defenderla pero también debemos transformarla porque es el soporte de nuestro Estado de Derecho y, tarde o temprano, todo Estado de Derecho que se respete debe buscar que los subversivos lo refunden, no solo cogobernándolo sino liderando una Asamblea Nacional Constituyente.
Asamblea Constituyente que, como lo he dicho hasta el cansancio, por ahora parece algo incierto pero que, poco a poco, como ustedes mismos podrán constatarlo, irá perfilándose como el único escenario para garantizar nuestra reconstrucción nacional.
Al fin y al cabo, las instituciones pueden fallar porque están conformadas por seres humanos, pero esto no significa que, cuando fallan, debamos acabarlas pues ello solo conduciría al caos, a la anarquía, al caudillismo y a la justicia por la propia mano, que es la fórmula del fracaso de cualquier sociedad.
En cambio, la participación activa de los subversivos en esa ingente labor resulta fundamental aunque a muchos les parezca que si ellos conservan las armas en su poder, o no purgan sus penas, o no reparan a las víctimas e, incluso, si no renuncian a la violencia, van a someternos al proselitismo armado, al control social coactivo o a la extorsión permanente”.
Continuará.