VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Abril de 2014

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Han  sido pocos meses en el cargo pero el nuevo Secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin, ya ha logrado definir la que llamaríamos "diplomacia de evangelización": colaborativa, componedora y confiable (CCC). Primero que todo, colaborativa, porque no se basa en la típica mediación con músculo que definía la suerte de los entuertos entre los países sino, más bien, en el esfuerzo conjunto y la corresponsabilidad que les permite a las partes involucradas hacerse cada vez más conscientes de su compromiso ante la historia.

Este es, precisamente, el tipo de tarea que ha asumido el nuevo purpurado de Haití, Chibly Langlois, arzobispo de Les Cayes, cuya tarea de aproximación creativa ha logrado desbloquear el entramado constitucional y les permitirá a los isleños tener elecciones libres el próximo 26 de octubre.  O la de Leopoldo Brene, en Nicaragua, que está logrando de la omnímoda dictadura sandinista un proceso de diálogo en donde todo era simple autoritarismo palaciego.

Segundo, una diplomacia componedora porque al ser propia de una Iglesia que ya no puede seguir siendo "autorreferencial", sale en busca de aliviar el sufrimiento pero sin tomar partido, sin calificar a nadie como "enemigo de la paz" y consiguiendo, como en el caso de El Salvador, una tregua entre las maras que hoy por hoy demanda esfuerzos adicionales para que el acumulado no se pierda; o, como en Venezuela, donde el propio Parolin ha querido colaborar para que, tarde o temprano, se dé una genuina transición hacia la democracia.

Y tercero, una diplomacia confiable, o sea, que coincida con la homilía de Francisco en la misa Crismal del Jueves Santo, cuando les pidió a los curas no ser "untuosos, suntuosos y presuntuosos" sino edificar una "Iglesia de puertas abiertas", o sea, no partidista, no gobiernista, no oficialista, tal como lo está haciendo el nuncio apostólico en Santo Domingo, Jude Thaddeus Okolo, para regular la situación migratoria de los haitianos en República Dominicana.

En resumen, una diplomacia de evangelización basada en la verdad, la justicia, la reparación, y no en el voluntarismo, las obsesiones personales de los gobernantes o la dictadura del pensamiento único que tan metódicamente criticó Francisco el pasado 10 de abril en la Casa Santa Marta cuando habló de la idolatría que tan de moda está por estos lares: la del "yo lo pienso así, esto debe ser así y nada más".