VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Septiembre de 2013

Populismo diplomático

 

Diez  meses, un paro cívico nacional y 40 puntos perdidos en la encuestas se tardó el presidente Santos en trazar su muy cuestionable estrategia frente al fallo de La Haya.

Enfrascado inútilmente con sus abogados en encontrar la recóndita joya de la corona que le permitiera pedirle a la Corte una revisión de la sentencia, terminó volviendo al punto de partida, es decir, a su discurso de noviembre del año pasado, cuando, tan pronto como conoció la noticia de la Corte, declaró que el fallo resultaba "inaceptable".

Ahora sale a decir exactamente lo mismo, pero con un delicado agravante: que habrá que negociar con los sandinistas... ¡la aplicación de aquello que le parece "inaplicable"!

Para ponerlo en otros términos, en vez de haberse mantenido firme asumiendo a fondo la responsabilidad histórica de rechazar el fallo, incluyendo la posibilidad de debatir el problema en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -tal como lo contempla la propia Carta de la Organización-, Santos condena al Estado a negociar tarde o temprano con un régimen al que, precisamente, califica como “expansionista”.

¿Cómo interpretarán ese ánimo “dialógico” y “conciliador” Panamá, Costa Rica y Jamaica, países a los que Santos tiene comprometidos con emitir una “carta de protesta” conjunta para denunciar ante el mundo lo peligroso que es el irredentismo (hasta ahora descubierto) del comandante Ortega?

En cualquier caso, queda claro que lo único que el Presidente está haciendo es dilatar el problema para darse un respiro electoral o, lo que es peor aún, que va a negociar, temerariamente, un tratado con ese sandinismo expansionista. Temerariamente, digo, porque, primero, quien tuvo la idea de conformar una comisión negociadora no fue Santos sino Ortega, que la formuló varias horas antes que nuestro estadista y luego la ratificó aclarando que “el único motivo de un tratado sería cumplir el mandato de la Corte”, es decir, que “ni una sola gota de agua será negociada con Colombia”, tal como sentenció el comandante de su Ejército.

Y segundo, porque, aun siendo como es, un régimen pendenciero, transgresor y, sobre todo, simpatizante activo del terrorismo de las Farc, es Managua la que tiene “las escrituras” en la mano, así que cualquier tratado, por muy pomposo que parezca, tan solo apaciguará su despotismo, irá en detrimento del interés nacional, comprometerá aún más nuestra integridad territorial y terminará siendo el equivalente caribeño del Tratado de Locarno que les dio luz verde a los nazis para devorar el vecindario.