Hace ochenta años, oíamos hablar en Colombia de redes de carreteras que horadaran las montañas para comunicar sus zonas geográficas, estando en mente colosal proyecto de traspasar los majestuosos Andes para permitir el desarrollo y comunicación de nuestro amado País. Ahora, después de décadas, se dice: “Se inaugura el Túnel de la Línea”. Esto hace brotar, con íntima satisfacción, este grito: ¡Triunfamos! Tenemos derecho a este inmenso gozo, motivado por el bien para una Patria que merece cariño y esfuerzo de todos para ir adelante.
Dejando de lado a amargados que no tienen capacidad de congratularse con avances colectivos la sana ciudadanía ha de sentir aire nuevo, saludar con gratitud a Dios y al pueblo colombiano cuando algo significativo culmina como esfuerzo comunitario para bien de todos, sin egoísmos ni particularismos de personas o gobiernos. Ojalá podamos tener, a cada paso, en lugar de estar entrabando realizaciones lograr obras grandes como este Túnel que rompe distancias en un País de hermanos.
Dolorosamente, en tantas obras aparece la corrupción en su realización, a la cual es preciso perseguir inclementemente, pero ante la culminación feliz de muchas de ellas, especialmente por brillar allí un sentido de solidaridad y su beneficio nacional, qué bien lo expresado por el Presidente Duque: “Este no es un triunfo individual es de toda una nación, de esa Colombia perseverante”.
El avance de Colombia con este Túnel es fruto del esfuerzo de gobiernos desde el Siglo pasado, y es inconmensurable pues se convierte en principal arteria vial que suaviza y acorta distancia para unir el Centro del País, con su Occidente y el Pacifico, con beneficio de ramales que por ese lado avanzan hacia Norte y Sur. Se benefician todas las regiones, ofreciéndose, unas a otras sus riquezas y preciosos paisajes.
Bien todo lo que ha facilitado tener a la visita los múltiples valores de todo estilo en Bogotá y en la Región Cundiboyacense, y, de allí, todo el histórico Oriente colombiano. Bien avanzar hacia el Centro Sur, con sus propios encantos como el de un Desierto de la Tatacoa, avanzando al Parque Arqueológico de S. Agustín y a las regiones valiosas del Caquetá, Amazonas y Putumayo. Magnifico paso al Occidente hacia el Pacífico, con los ubérrimos campos del Eje Cafetero, el emporio y belleza del Valle y sus prosperas ciudades pasando a la colonial Popayán, a Nariño, y, allí, a un paso al Ecuador, con saludo a la Virgen en su precioso Santuario de las Lajas, vigía del país.
Admirable facilitar el paso por el centro del país a nuestra famoso y próspera montaña, con su capital Medellín, su industria y polifacéticos valores urbanísticos. De allí, un paso hacia la ensoñadora Costa Atlántica, con cada una de sus departamentos y capitales. Se hallan en esa gran región sitios históricos como Monpox, Cartagena Santafé de Antioquia, y S. Pedro Alejandrino, además de la embrujadora Guajira, hasta ese precioso punto final del Cabo de la Vela. Qué abundancia de beneficios, y, además, unidos y solidarios. ¡Triunfamos!
*Obispo Emérito de Garzón
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