La aprobación por la Corte Constitucional de la eutanasia, para personas que no se encuentran en situación de terminalidad, me ha llevado a ponerme en los zapatos de los diferentes actores que participan en este procedimiento, en un acto empático y compasivo.
En los últimos días, con mi equipo de trabajo conversábamos sobre lo que se viene diciendo de los dos casos más sonados que accedieron a la eutanasia en las últimas en semanas, llegamos a la conclusión que todas las personas que solicitan la eutanasia experimentan un sufrimiento insoportable y analizamos las posibles razones que llevaban a las personas a solicitar terminar ese sufrimiento. Durante la conversación, uno de los médicos que estaba valorando una paciente con dolor, nos compartió su molestia porque veía sufrir a la persona que estaba atendiendo. En sus palabras y lenguaje no verbal, logré identificar su frustración y su malestar porque, no solo compartía la molestia de su paciente, sino que estaba adicionalmente viviendo su sufrimiento.
Nos compartió, que aquella señora era la segunda vez que consultaba en menos de una semana por dolor, pero que él se daba cuenta que no era solo el dolor físico, sino que había algo más que la llevaba a consultar, pensamos en aquel dolor total, que describió por primera vez Cicely Saunders pionera de los Cuidados Paliativos, que es aquel que no solamente tiene un componente físico, sino que se acompaña de un malestar emocional y se asocia generalmente a desesperanza intensa.
La causa del dolor de esta paciente era la que vemos nosotros todos los días, estaba aburrida de los incumplimientos de su EPS, quien posterior a la primera consulta donde se le formularon los analgésicos para el dolor no se los despachó y llevaba varias semanas sin poder acceder a ellos. Esto la tenía con sensación de impotencia, porque a pesar de que creía que estaba haciendo todo lo posible para sentirse mejor, no estaba recibiendo el acompañamiento que esperaba de su EPS y eso le estaba generando no solo sufrimiento, sino que también era imposible controlar el dolor, porque era más intensa la ansiedad y la angustia que le generaba el irse a su casa a esperar que la EPS le diera los medicamentos y que esto no dejaba que pudiera usar sus mecanismos fisiológicos para mitigar un poco la sensación dolorosa.
Este sufrimiento por impotencia se vive diariamente en las clínicas y hospitales, porque a pesar de que cosas como los analgésicos opioides, gozan de plena cobertura por el sistema de salud, nos perdemos en tramitologías y papeleo que generan una gran barrera de acceso. Me pregunto: ¿cuántas personas al ver que su enfermedad tiene un futuro incierto en donde es posible que tengan síntomas severos que no pueden controlar, que no tienen un adecuado servicio hospitalario, que no cuentan con una red de apoyo adecuada para su cuidado, que tienen largos tiempos de espera para ser atendidos y dificultades para el acceso a analgésicos opioides, piensan en algún momento que es mejor morir para evitar un sufrimiento innecesario?
Esta es una de las grandes preguntas que me hago a diario, en un país donde se piensa primero en legislar sobre las libertades, que en garantizar la cobertura de las necesidades básicas de los seres humanos que sufren.