Mantengo en mi memoria el ambiente de agitación política que se vive en New York cuando se reúne la Asamblea de Naciones Unidas durante las últimas semanas de septiembre, justo antes de que el verano de paso al otoño, el mejor periodo del año.
La imagen de la llamada capital del mundo es icónica en dichos días, porque con las visitas a la ciudad de tantos jefes de estado las medidas de seguridad se extreman y el tráfico, siempre difícil, se torna infernal.
Durante cuatro años consecutivos, siendo Cónsul General Central de Colombia, acompañé al Presidente Uribe durante sus visitas a la ciudad y fui testigo de su trabajo intenso. Esas experiencias me permiten concluir que más que el discurso que dan los Presidentes y Primeros Ministros, en medio del muy exigente protocolo, el paso por esa ciudad cobra importancia por la agenda de reuniones que hayan podido acordar antes de su llegada.
Es en dichos encuentros, de carácter bilateral algunos y multilaterales en otros muchos casos, donde los líderes del mundo le sacan provecho a su viaje anual, mirado a los ojos y estrechando las manos de sus pares de otras latitudes con quienes comparten intereses, o con importantes banqueros y empresarios globales con los que esperan fortalecer sus economías.
Los discursos pronunciados en el imponente salón de reuniones plenarias solo tienen, en la mayoría de los casos, el objetivo de fijar posiciones en las actas, pero casi nunca sirven para marcar derroteros o líneas de acción inmediata en la política mundial en los momentos en que son pronunciados.
En general los medios de comunicación de los países desarrollados saben esto y salvo en casos excepcionales nunca destacan como noticia central lo que dicen sus gobernantes en esas visitas a la ONU.
Eso solo es noticia de mitad de noticiero o lo registran las páginas centrales de los periódicos, nunca en primera plana. Muy distinto de lo que se hace aquí en medio de nuestro comportamiento de país tercer mundista.
Por todo lo anterior, no dejó de sorprenderme, una vez más, el tono grandilocuente del Presidente Santos en la Asamblea, los titulares de la prensa capitalina del día siguiente y hasta la interrupción de la programación habitual de nuestra televisión para obligarnos a ver el ladrillo que fue la intervención del mandatario; pretendieron hacernos creer que quien hablaba era poco menos que el Oráculo de Delfos.
Error monumental del Presidente Santos fue presentar su modelo de tolerancia con los estupefacientes; su planteamiento solo sería susceptible de estudio cuando el mundo discuta la posibilidad de legalizar el comercio de las drogas ilícitas. Algo que no ocurrirá en era de Trump.
De otra lado sus negociaciones con Farc jamás serán un modelo a seguir por ningún país que se precie de ser serio; o es que alguien cree que ¿España, por ejemplo, ofrecerá impunidad, dinero y curules a ETA, o que Europa le ofrecerá a ISIS curules para aplacarlos? Seamos serios, así no es...