Si la muerte fuera más lógica | El Nuevo Siglo
Viernes, 31 de Marzo de 2017

Hoy hace dos años murió un hombre brillante, coherente de pies a cabeza, recto y con una desbordante capacidad de verdad y ternura.

Cada vez que hay en Colombia un dilema jurídico, una controversia ética, una discusión sobre cómo proceder en justicia, aparece la misma ausencia. (Sí: las ausencias son presencias; que duelen, que se hacen más o menos visibles; que no se tocan pero se sienten); y siempre la pregunta: “¿Qué habría dicho Gaviria?”

Carlos Gaviria fue y seguirá siendo donde esté, un referente al que no vamos a renunciar. Un faro de honor, de conocimiento y conciencia.

Más allá del dolor personal/familiar/“amigal” frente a la muerte del maestro, hombres como Gaviria hacen toda la falta del mundo en un país que vive en coyuntura; un país  con la institucionalidad peligrosamente cuestionada, y la obligación de asegurar mecanismos que garanticen la construcción de una paz estable y certera.

Gaviria es una de esas personas que no se debería haber muerto. No todavía. Pero la muerte es así; tantas veces incomprensible, tantas veces absurda y al fin de cuentas, inexorable.

Si la muerte fuera más lógica, tampoco se habría llevado hace menos de una semana a Ember Esteffen; un hombre joven, un profe generoso de intelecto y espíritu; trabajó por los niños y adolescentes en el Gimnasio Moderno, en el Sabio Caldas (su colegio apadrinado en Ciudad Bolívar); se dedicó desde el ICBF a la infancia de Colombia, es decir al corazón fisiológico y emocional de nuestro país.

Creo que siendo médico y psiquiatra comprendió mejor que nadie, que la salud mental de una sociedad se forja en la salud mental de sus niños. Pienso que por eso se consagró a ellos, a su derecho a una educación libre, feliz y solidaria.

Ember tampoco se debería haber muerto. Aquí clamamos a cuatro manos por gente buena, y da mucho dolor que quienes le endosan  inteligencia y  bondad a desarrollar en comunidad valores y actitudes constructivas, mueran prematuramente.

Pero una piedra que no sabía lo que hacía cayó encima de un bus, en el puesto donde él iba, en el instante preciso en el que él pasaba por ahí…

Y es inevitable pensar  -quizá con irreverencia, pero ni modo, así somos, pequeños, desobedientes, rebeldes con y sin causa- que las coincidencias,  el destino o el más allá, deberían identificar a los buenos seres humanos, darse cuenta del bien que hacen, y cuidarlos como un tesoro. Cuidarlos aquí, donde se necesitan, donde trabajan a brazo partido por cerrar abismos y tejer puentes de afecto, de equidad, de una justicia social de carne y hueso, o mejor dicho, de aula y corazón.

Quisiera ser más espiritual; tener más capacidad de ver más allá de este mundo de árboles, calles, hambre y cicatrices. Quisiera que me bastara con creer en otras dimensiones, sin intentar comprenderlas. Quisiera tantas cosas… pero lo real es que los amigos se van, los maestros se mueren; y quedan abrazos pendientes y legados que en su memoria, debemos preservar y multiplicar. “La vida es un ratico”, un ratico que es preciso agradecer, honrar y consentir.

ariasgloria@hotmail.com