Son muchos los cambios de hábitos a los que nos ha conducido la pandemia y los que continuará ocasionando este tránsito, que sigue siendo incierto. Sin embargo, uno de los más interesantes, desde la propia experiencia, ha sido el vaciamiento del consumo indiscriminado de noticias, el uso de la potestad de no consumir tan malas noticias, de fuentes tan poco conocidas, ni en dosis tan altas. Después de unos días de abstinencia durante los meses que lleva la pandemia, el lector, el oyente, el televidente o el internauta, pueden seleccionar más cuidadosamente lo mejor y de los mejores. Para sobrevivir emocionalmente, debemos convertimos en nuestros propios editores.
Es cierto que no se puede vivir de espaldas a la realidad, pero también lo es que el consumo descontrolado y repetitivo de la parte más oscura de esa realidad hace invivible la vida y afecta la salud mental de todos. ¿Nos hemos observado para analizar cuántos noticieros vemos o escuchamos al día? ¿Cuántas veces nos asustamos con la misma noticia en diferentes emisiones? ¿Cuántas horas pasamos buscando información en el celular o en el computador? ¿Cuánto tiempo invertimos compartiendo con otros la incertidumbre que nos generan las informaciones de la pandemia y los desafueros de una dirigencia política indolente? ¿Hemos comprendido qué tanto se potencian el pesimismo y la desesperanza con el consumo excesivo de información proveniente de fuentes dudosas y parte de ella manipulada? Ha sido liberador no leer a los sesudos analistas que siguen dando y dando vueltas en torno a los mismos enfrentamientos políticos, que con tanta saña ideológica contribuyeron a crear en el pasado reciente.
¿Es posible volver a lo simple? ¿Recobrar la autonomía de elegir libremente qué consumo y en qué cantidades? Y ¿a quién se lo compro? Es válida la pregunta para todo tipo de consumos. Es un retorno obligado a lo cotidiano. Al aquí y al ahora, en el que tanto insisten los sicólogos. En escapar temporalmente del aturdimiento que produce el mundo exterior. Detenerse permite tomar conciencia de no delegar más la posibilidad de que otros, con múltiples intereses particulares, decidan por nosotros.
Esta tarea de sobrevivir a la pandemia, que ahora los dirigentes del mundo han dejado a la responsabilidad individual, potencia también el libre albedrío, libera la libertad de elegir, de pensar para elegir y de detenerse antes de elegir.
En el actual clima de zozobra política y social, donde hay sectores que parecieran querer ahondar en la desesperanza y aislamiento que produce la pandemia, para desvincular al ciudadano de las instituciones democráticas y de las autoridades, conviene detenerse, desconfiar, pasar por el colador y pensar dos veces antes de dar plena credibilidad a una información, que puede ser simplemente una estrategia incitadora para ahondar los enfrentamientos y capitalizar el apenas normal desánimo colectivo.