El respeto irrestricto de la Constitución se convirtió en la obsesión de Francisco de Paula Santander. En todas las etapas de su vida pública es posible encontrar referencias a la misma. Así, en el discurso de posesión como vicepresidente de la República en Cúcuta en el marco de la Constitución de 1821 dirá que “siendo la ley el origen de todo bien, y mi obediencia el instrumento de su más estricto cumplimiento, puede contar la nación con que el espíritu del congreso penetrará todo mi ser, y yo no viviré sino para hacerlo obrar”, y advertirá solemnemente que "La Constitución hará el bien como lo dicta; pero si en la obediencia se encuentra el mal, el mal será. Dichoso yo si al dar cuenta a la representación nacional en el próximo congreso puedo decirle: he cumplido con la voluntad del pueblo: la nación ha sido libre bajo el imperio de la Constitución y tan solo yo he sido esclavo de Colombia".
La misma concepción la reiterará una y otra vez en sus discursos. En su proclama del 31 de agosto de 1823 a los neogranadinos les pedirá: “Rivalicemos en cumplir fielmente nuestros deberes, sometiendo nuestra voluntad a la Constitución; hagamos lo que la ley nos prescribe, y el mundo entero verá con asombro que en Colombia hay un Gobierno de leyes y no de hombres”.
Sus llamados al respeto de la Constitución reclamaban su acatamiento por todos los ciudadanos. Así al tomar posesión de su cargo como presidente en 1832 dirá: “El voto espontaneo de vuestros legítimos representantes y la esperanza de serviros útilmente, me ha colocado en la presidencia del Estado. Yo quiero aprovechar esta ocasión para manifestar francamente mis intenciones y desenvolver las ideas conque entro a presidir vuestros destinos. En ellas hallareis mi profesión de fe política, lo que tenéis derecho a esperar de mí, y lo que yo debo esperar de vosotros. Vosotros y yo tenemos recíprocos deberes de que no podemos prescindir sin hacernos delincuentes y arruinar nuestra patria. El mío es arreglar mis funciones a la constitución, sostenerla en toda circunstancia y hacerla observar con fidelidad. Lo he prometido así al prestar el solemne juramento que la ley prescribe (…) El vuestro es vivir sometidos a la misma Constitución, respetar las leyes, obedecer a las autoridades legítimas y contribuir con vuestras personas, vuestras fortunas y vuestras vidas, al sostenimiento de la independencia y la libertad de la Nueva Granada”.
Para sus detractores, esta obsesión era un mero instrumento y una fachada. Frente a esas voces, tuvo estas palabras que no pierden vigencia: “no tengo el menor remordimiento de haber indicado al congreso, ni consentido medida alguna retrógrada, que desvirtuara los principios consignados en nuestras leyes constitucionales, y afeara la hermosa causa de la libertad, que hemos abrazado. La Constitución de 1832 fue el verdadero, el único y el más fuerte vínculo con que el pueblo soberano de la Nueva Granada pudo y quiso unir los partidos políticos que lo habían desgarrado. Someterse todos a ella, respetarla y obedecer a las autoridades que estableció, era el único medio de formar una sola opinión, y crear un solo interés, de restablecer la paz interior, con cuyo auxilio debían únicamente repararse los desastres causados por la guerra y la discordia.
El magistrado que respetara y sostuviera esta Constitución, y que la hiciera respetar y sostener, satisfacía ampliamente los deseos e intenciones de la Nueva Granada, y a sus verdaderos intereses: yo no me he apartado de estos principios”.
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