Santander y la Constitución | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Junio de 2023

El respeto irrestricto de la Constitución se convirtió en la obsesión de Francisco de Paula Santander. En  todas las etapas de su vida pública es posible encontrar referencias a la misma. Así, en el discurso de posesión como vicepresidente de la República en Cúcuta en el marco de la Constitución de 1821 dirá que “siendo la ley el origen de todo bien, y mi obediencia el instrumento de su más estricto cumplimiento, puede contar la nación con que el espíritu del congreso penetrará todo mi ser, y yo no viviré sino para hacerlo obrar”, y advertirá solemnemente que "La Constitución hará el bien como lo dicta; pero si en la obediencia se encuentra el mal, el mal será. Dichoso yo si al dar cuenta a la representación nacional en el próximo congreso puedo decirle: he cumplido con la voluntad del pueblo: la nación ha sido libre bajo el imperio de la Constitución y tan solo yo he sido esclavo de Colombia".

La misma concepción la reiterará una y otra vez en sus discursos. En  su proclama del 31 de agosto de 1823 a los neogranadinos  les pedirá:  “Rivalicemos en cumplir fielmente nuestros deberes, sometiendo nuestra voluntad a la Constitución; hagamos lo que la ley nos prescribe, y el mundo entero verá con asombro que en Colombia  hay un Gobierno de leyes y no de hombres”. 

Sus llamados al respeto de la Constitución reclamaban su acatamiento por todos los ciudadanos. Así al tomar posesión de  su cargo como presidente en 1832 dirá:  “El voto espontaneo  de vuestros legítimos representantes  y la esperanza de  serviros útilmente, me ha colocado en la presidencia del Estado. Yo quiero aprovechar esta ocasión para  manifestar francamente mis intenciones  y desenvolver las ideas  conque entro a presidir vuestros destinos. En ellas hallareis mi profesión de fe política, lo que tenéis derecho a esperar de mí, y lo que yo debo esperar de vosotros.  Vosotros y yo tenemos  recíprocos deberes  de que  no podemos prescindir sin hacernos delincuentes y arruinar nuestra patria.  El mío es arreglar mis funciones a la constitución, sostenerla en toda circunstancia y hacerla  observar con fidelidad. Lo he prometido así al prestar el solemne juramento que la ley prescribe (…) El vuestro es vivir sometidos a la misma Constitución, respetar las leyes, obedecer a las autoridades legítimas y contribuir con vuestras personas, vuestras fortunas y vuestras vidas, al sostenimiento de la independencia y la libertad de la Nueva Granada”.

Para sus detractores, esta obsesión era un mero instrumento y una fachada. Frente a esas voces, tuvo estas palabras que no pierden vigencia: “no tengo el menor remordimiento de haber indicado al congreso, ni consentido medida alguna retrógrada, que desvirtuara los principios consignados en nuestras leyes constitucionales, y afeara la hermosa causa de la libertad, que hemos abrazado.   La Constitución de 1832 fue el verdadero, el único y el más fuerte vínculo con que el pueblo soberano de la Nueva Granada pudo y quiso unir los partidos políticos que lo habían desgarrado. Someterse todos a ella, respetarla y obedecer a las autoridades que estableció, era el único medio de formar una sola opinión, y crear un solo interés, de restablecer la paz interior, con cuyo auxilio debían  únicamente repararse los desastres causados por la guerra y la discordia.

El magistrado que respetara y sostuviera esta Constitución, y que la hiciera respetar y sostener, satisfacía ampliamente los deseos e intenciones de la Nueva Granada, y a sus verdaderos intereses: yo no me he apartado de estos principios”.

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