SAMUEL HOYOS MEJÍA | El Nuevo Siglo
Jueves, 27 de Junio de 2013

Progresismo irresponsable

 

Colombia está entrando en una tentadora pero peligrosa trampa. La puerta asistencial que se abrió en la Constitución del 91, por ignorancia, irresponsabilidad o buenas intenciones, está llevando al fracaso del Estado. Los constituyentes quisieron hacer un país en el papel, a imagen y semejanza de su Constitución, pensando que a punta de artículos lograrían acabar con la pobreza, la violencia, el subdesarrollo. Como dioses, creyeron diseñar el futuro de una Colombia más incluyente, menos desigual, ajustada a las necesidades de sus ciudadanos y su tiempo, escribieron un país ideal. Tal vez para resolver problemas coyunturales y reconciliar a una nación dividida, tal vez para reformar aquello que se hacía necesario.

Pero una Constitución es para cumplirla, no es un manual de buenas intenciones ni una ruta imaginaria al paraíso. La Constitución del 91 terminó prometiendo de todo en un país donde no todo y casi nada se puede cumplir, y poco a poco se fue imponiendo la realidad sobre el deseo y apareció la frustración, dejando como resultado un país insatisfecho, donde todos nos sentimos vulnerados y cada vez queremos más.

Es sano que una sociedad tenga esperanzas y exija a sus gobernantes e instituciones, es sano que los ciudadanos protesten y demanden sin caer en la desgracia de la conformidad y es sano que los Estados se pongan metas y se obliguen a unos mínimos fundamentales. Pero comprometerse a lo imposible, a cambio de aplausos populistas, es condenarse al fracaso.

Jueces y congresistas legislan -porque en Colombia los jueces también legislan-, sin importar la viabilidad fiscal de sus decisiones, ni la sostenibilidad del Estado. Invadidos por el espíritu progresista, que considera que regalar y prometer es promover justicia y desarrollo, están quebrando a la Nación y minando al ciudadano al coartarle su libertad, su esfuerzo y su iniciativa, haciéndolo dependiente de la droga del asistencialismo.

Casos tan absurdos como ordenar, vía tutela, operaciones de cambio de sexo a mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre y viceversa, mientras el Chocó se acerca al África y en el país unos cinco millones de personas sufren de desnutrición, son reflejo del avance progresista. Y lo peor, es que nuestros gobernantes siguen avanzando en esa línea, peligrosa e irresponsable, pero tentadora y populista. Acá no se establecen prioridades, es más importante el derecho al libre desarrollo de la personalidad, a costa del Estado, de un trastorno de la identidad que el derecho a la vida de un niño con cáncer. Ojalá pudiéramos garantizar derechos y caprichos por igual, pero el Estado no es un barril sin fondo y, tanto la lógica como la experiencia, nos han enseñado que no se puede gastar más de lo que se tiene.

Creyéndose de avanzada, muchos de nuestros políticos y burócratas, toman medidas que en apariencia benefician a los más necesitados pero que terminan siendo regresivas, subsidiando los pobres a los ricos. Pero el desarrollo se genera garantizando oportunidades, no igualando a todos hacia abajo.