Alejo Carpentier dijo que “los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados”. Me gusta la idea, y por “antónimo” recuerdo algunas reuniones de supuestos expertos que atiborran el sonido y la pantalla de una presentación, con palabras técnicas, emocionalmente planas, y casi siempre salpicadas de inglés. Es curioso... el español alcanza para escribir versos, novelas, cuentos, editoriales y boleros. Pero parecería no ser suficiente para una presentación de 15 minutos sobre informes de gestión.
Volvamos al punto: es muy difícil “comprar” una idea que no podamos interiorizar; y -para bien o para mal- lo que realmente se incorpora a la conciencia, es lo que pasa por los sentidos. Ese “aprender haciendo” que nos enseñaron los revolucionarios de la pedagogía, y se convirtió en las coordenadas para que los seres humanos pasemos de observadores a actores. Es decir, a involucrarnos con el mundo, sentirlo, vivirlo, sacarlo de la vitrina y salirnos, -nosotros- de la burbuja. En ese momento empezamos a percibir el valor y la urgencia de la empatía, de las sinergias y la consideración.
La realidad es algo demasiado serio como para pretender conocerla a través de un vidrio. La realidad no admite soluciones cómodas, ni más teorías desconectadas de los momentos de verdad; no es amiga de las miradas burocráticas ni reacciona favorablemente a las volátiles promesas de campañas. La realidad es exigente, incompatible con la cobardía, con la indiferencia y el egoísmo.
No soporta que nos siga dando miedo palparla y mirarla a los ojos, y que sigamos pensando que los mejores sitios para conocer, formular y legislar, son los escritorios y las poltronas (justo donde no se sientan quienes sienten los problemas que se busca solucionar).
Por eso nos seducen las personas que plantean opciones nacidas en, para, por y con la comunidad. No contra ella ni lejos de ella. Por eso genera credibilidad cuando el hijo de un secuestrado habla de perdón; y producen recelo quienes piensan que las víctimas tienen el deber de odiar a sus victimarios por los siglos de los siglos, porque perdonarlos sería traicionar la secuencia del dolor.
“Los mundos nuevos deben ser vividos antes de ser explicados”, y en lo que estoy pensando ahora, entiéndase por “mundos nuevos” los escenarios de reconstrucción; y para ello, una pedagogía basada en la confianza y en la piel, más que en los cánones y en la academia.
Estoy a 10.000 metros de altura. Afuera, una inmensa oscuridad, sin una estrella que la interrumpa. En fin...no me asusta, porque en tierra firme tenemos la opción de convertirnos en briznas o chorros de luz.
Sí...Más que entender, ojalá quisiéramos vivir y ser parte de la reconciliación que a tantos espanta. Podría ser nuestra forma de pedir perdón por los propios actos y omisiones que a lo largo del camino hayan destruido cualquier dosis de paz.
Es urgente salir de la burbuja: prefiero los encuentros imperfectos, y no asfixiar y asfixiarnos en un ególatra encierro.
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