RODRIGO POMBO CAJIAO* | El Nuevo Siglo
Jueves, 24 de Julio de 2014

Piénselo bien

Si la Fiscalía no les hace conejo a los desmovilizados y a los sometidos a la Ley de Justicia y Paz de las Autodefensas, este año deberán quedar libres después de haber cumplido su condena sustituta. Después de no más de 8 años volveremos a tener, mezclados entre la gente de bien, a los más grandes criminales del globo. No es la primera vez que esto sucede y, me temo, no va a ser la última. Nuestra Nación claudicó hace mucho ante el terrorismo, quizá antes de que yo hubiese nacido y, mi generación y las que me anteceden heredamos de nuestros padres la claudicación como regla.

Entre nosotros el principio de autoridad y el orden como marco de la armonía comunitaria nunca ha existido, por eso cada quien ha hecho lo que le place, sin consecuencia y sin sanción ninguna.

Y mientras los criminales hacen de las suyas en procura de un indulto, una amnistía o la purga de una irrisoria condena (qué le vamos a hacer si esas son las reglas del juego), la gente preparada, la que se forjó en las llamas de la superación y del mérito, la que por gracia de la majestuosa incógnita decidió prestar su tiempo, su privacidad, su familia y su amor al servicio público, queda condenada de por vida, o a más de 17 años de cárcel (que es lo mismo), sin haber obtenido provecho alguno a su favor. Es que emplearse a fondo en favor de la patria se paga con cárcel.

Desde que la justicia se politizó no hay esperanza. El debate político, como por ejemplo el de las bondades del subsidio agrícola, o el del incentivo productivo, se trasladó del Congreso, las asambleas y los concejos, a los tribunales.

El reo entra condenado y la sentencia es el requisito formal que se produce después de un traumático y lento proceso que envuelve una farsa planeada, orquestada, diríamos “institucional” donde lo único que se desconoce es hasta dónde llegará la humillación. La batalla estaba perdida siquiera antes de librarse. De nada sirvieron los títulos, los logros, la cultura del mérito y del esfuerzo pues en este país se perdona con generosidad a los criminales declarados, a los del vasto terror, a los de la anarquía sistémica, a los terroristas que con sus actuaciones arrodillaron a toda la población, pero se castiga con rigor y sin estupor a quienes nos sirven con generosidad.

La condena a la soberbia y a la inmadurez debería quedar proscrita máxime cuando el rasero de comparación son los crímenes de lesa humanidad.

Creo que todos los que alguna vez pensamos en trabajar en el servicio público, aquellos que nos hemos preparado moral e intelectualmente para ello, debemos pensarlo dos o más veces antes que someter a nuestras familias y amigos al escarnio público.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI