Resucitar en Luz  | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Abril de 2020

“Ampliemos la consciencia, en amor”

Volver a vivir en un cuerpo nuevo: eso es lo que nos enseña Jesús con su resurrección.  Todos los seres humanos estamos llamados a ello, expandiendo la consciencia.

La amiga muerte siempre está presente en nuestras vidas, pues la concepción y el deceso son los eventos que enmarcan esta experiencia encarnada.  Sí, amiga muerte, estación de paso por la cual todos habremos de transitar cuando y en las circunstancias que nos correspondan.  Amiga que nos permite la transmutación, transformar aquello que nos impide la plenitud.  Es por ello que a lo largo de la existencia vivimos muchas muertes, no solo en carne propia sino las cercanas, y que no son solo físicas.  Hemos muerto muchas veces, pero tal vez no comprendamos así los cambios profundos hechos en diferentes momentos vitales o tal vez seamos inconscientes de ellos.

Estos momentos de cuarentena nos pueden servir para darnos cuenta no solo de situaciones a las cuales ya hemos muerto, sino también a las que necesitamos fallecer aquí y ahora.  La muerte consciente es la que nos permite renovarnos, reestructurarnos, resucitar.

Hemos muerto a relaciones y es posible que hayamos sentido que tras una ruptura emocional se nos escapó la vida. Hemos muerto a actividades que ahora no realizamos y que ya no necesitamos para seguir creciendo; si las necesitásemos aún, las seguiríamos haciendo: tenemos instantes de comprensión en los cuales reconocemos que lo que requerimos es soltar y dar el siguiente paso, con la riqueza de los errores cometidos, los aciertos exaltados, los aprendizajes realizados.  

Hemos muerto a espacios que ya no habitamos, que nos proporcionaron experiencias gratificantes o displacenteras que han contribuido a ser lo que somos ahora. Tras cada uno de esos fallecimientos hemos constatado que la existencia ha proseguido, incluso cuando pensábamos que terminaríamos aniquilados.  Hemos tenido muchas muertes y hemos renacido: se han caído nuestros cabellos muertos, nuestras células de piel marchitas. También hemos fallecido a ideas, proyectos o propósitos no realizados y por ello posiblemente innecesarios.  Es una gran amiga la muerte.

La gracia no está en quedarnos muertos, sino en resucitar.  Para ello precisamos ampliar nuestra consciencia.  Si lo hacemos ahora, podemos reconocer que gracias a la emergencia del covid-19 estamos llamados a morir a actitudes nocivas que deshonran la vida: la competencia, que por más normalizada que esté nos deshumaniza; la exclusión, prima hermana de la competencia, que nos hace pensar que hay lugar para algunos, no para todos; la segmentación, que nos plantea una vida fragmentada, desde cuerpos escindidos en los cuales una infección parece no tener nada que ver con las emociones, los pensamientos ni la espiritualidad; a la impiedad, que no nos permite tener compasión -que no lástima- por nosotros mismos o los demás y nos impide vivir en presente el amor incondicional.  

La resurrección de Jesús el Cristo es el re-establecimiento de la Luz.  Él ya hizo su parte, la sigue haciendo.  Nos corresponde ahora a nosotros iluminar nuestras vidas muriendo a todo aquello que nos separa, reconectándonos con la Fuente, entregándonos al amor como fuerza en la sabiduría de la vida.  Somos Luz cuando transformamos el miedo en confianza, la duda en fe.  Resucitemos, aquí y ahora.

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