Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Enero de 2015

PODER DE DECISIÓN

Cambios personales

Empleamos   muchas palabras y mucha tinta pidiendo que las instituciones cambien y eso generalmente no sucede. Insistimos con menos fuerza en la necesidad e importancia de los cambios personales, cuando sea menester. Y con muchísima menos tenacidad presionamos para que la gente que tiene poder en cualquier sentido tome decisiones que ayuden a cambiar las situaciones negativas de la vida social. Presidentes, gerentes, gobernadores, alcaldes, obispos, generales, hombres y mujeres de grandes fortunas, etc., tienen en sus manos, si son valientes, la posibilidad de producir cambios importantes en la sociedad para mejorar situaciones que afectan a muchas personas. Se hace necesario rescatar ese buen poder personal que se ha ido diluyendo sin ton ni son en juntas directivas, asambleas, mesas de trabajo, consultas que nunca terminan.

Pretender el cambio de las estructuras o instituciones es una especie de quijotada frente a los molinos de viento. Son creaciones humanas con su función y tarea, pero se vuelven gigantescas, lentas, se consienten a sí mismas más que al ciudadano que las necesita, no tienen capacidad de sentir el dolor y la necesidad como sí la tiene la persona individual ante la necesidad del prójimo. Por eso parece cada vez más importante caer en la cuenta de que por lo que hay que luchar es por mover el corazón de personas concretas que sí pueden hacer que cambien las realidades que no están bien. El ejemplo más fresco es la personalidad del Papa Francisco con sus gestos y actitudes que han insuflado nuevos aires en la Iglesia. O la decisión de Bill Gates de destinar su inmensa fortuna a solucionar problemas muy concretos de la humanidad. Y habría infinidad de personas que, por iniciativa propia, o por sugerencia fuerte de alguien, están en capacidad de pensar y decidir de una manera nueva y más constructiva para la raza humana.

Pienso que la Iglesia, la academia, los centros de pensamiento, los foros, deberían enfilar baterías hacia los corazones de personas muy concretas para animarlas a producir cambios trascendentales en favor de la gente. Hablarle al Estado, a las comunidades, a la ciudadanía, a los colectivos, es lanzar palabras al viento. La consejería, la dirección espiritual, el couching, el trabajo de relaciones humanas, tendrían esa delicada misión: lograr que los poderosos tomen decisiones trascendentales para generar mundos nuevos y que lo hagan sin miedo a pagar el precio de remover mundos viejos llenos de injusticia e insensibilidad. En la vida de Jesús su revolución comenzó a consumarse cuando decidió subir a Jerusalén, no obstante la oposición de su junta directiva, que eran los apóstoles. Es en personas concretas que se deciden a hacer las cosas de forma diferente y constructiva que la esperanza encuentra futuro.