RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Octubre de 2014

También el General

 

En  la entrevista concedida a este diario hace pocos días, el director de la Policía, general Palomino, afirmó que en Colombia se consume demasiado alcohol. Se lo habíamos oído al candidato Peñalosa no hace mucho tiempo. Y seguramente lo dicen muchas otras personas con dos dedos de frente al ver cómo nos sumergimos, como individuos y como sociedad, en este componente que descompone todo lo bueno de la vida. Podría el locuaz General haber alargado la lista de los demasiados que rigen la vida nacional: demasiados casinos, demasiada droga, demasiadas separaciones, demasiados delincuentes por la calle, demasiados perros viviendo mejor que humanos, etc. Pero esta vez el General fue parco: el tema es el alcohol.

La policía, el clero, los bomberos, los médicos, los profesores y otras personas de este tenor, sí que sabemos qué es lo que tiene deshecha nuestra sociedad. No tanto a punta de leer estudios o escribir artículos o sudar ideología, sino a punta de encontrar cada día al ciudadano del común en su itinerario existencial. Y en forma alarmante ese hombre y esa mujer apestan con frecuencia a alcohol o derraman lágrimas a causa de los males que le ha traído en su vida personal o matrimonial o familiar, cuando no en lo laboral y lo cívico. Es cierto: en Colombia estamos bebiendo como enfermos y la autoridad no toma nota de nada porque sufre de pavor ante la cervecería, ante los gremios del contrabando, antes los dueños de los bares, ante la sección de licores de los supermercados, etc.

Nos preocupan los falsos problemas, pero uno como el alcoholismo crece sin límite ni pudor. No importa si es la causa de mayor violencia, el desangre económico de miles de personas y familias y también del sistema de salud. El alcohol se ha convertido para la sociedad colombiana como en una especie de pantano que se aparece en el camino de la vida cada vez con mayor prontitud, quizá en la adolescencia primera. Y se vuelve un mar en la mayoría de edad, cuando su uso se hace no criticable, so pena de destierro social. En lugar de gastar tanto dinero defendiendo animales, o viajando a La Habana, o en conciertos de droga al parque, ¿por qué no le mete el Gobierno un impulso descomunal a combatir el consumo de alcohol, a través de la educación y el hacer cada vez más difícil y costoso el acceso al mismo? Ahí sí habría motivo para brindar.