RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Julio de 2014

Las palabras como opio

 

La palabrería, que no la palabra, se ha convertido como en el opio con el cual se pretende adormecer a la sociedad colombiana. Y se aplica para los asuntos más espinosos y variados. Por ejemplo: está en boca de unos cuantos hablar del posconflicto, no como algo que puede llegar a darse, sino como algo real, cosa que es totalmente falsa. No más acaba de informar Medicina Legal que el año pasado hubo algo así como 13.000 muertes violentas en Colombia. ¿Se asoma, en verdad el posconflicto? Sucede lo mismo con el tema de la pobreza, la cual, en boca de otros pocos, está próxima a desaparecer, pero hay que hacer como si ya la nación colombiana fuera una sociedad próspera y divertida para todos. ¿Acaso estos pocos charlatanes habrán recorrido siquiera una parte del país?

En eso de la palabrería, o la popular “carreta”, tal vez somos portadores de una mala herencia ibérica que nos dio más de poetas y charlatanes, que de ejecutores y fabricantes. De todo lo que se dice que se va a hacer en Colombia, quizá no se haga realidad sino una ínfima parte. Pero todo está inundado de palabras, discursos, libros sin leer, promesas, foros, congresos, folletos, simposios y todo lo que se le pueda parecer, siempre bajo la misma fórmula: hablar, hablar y hablar hasta el cansancio. Y con un defecto protuberante: suelen hablar siempre los mismos y las mismas en todos los órdenes. Tengo la sospecha de que nadie prepara lo que dice, sino que se improvisa a la bulla de los cocos y el único propósito es impactar con frases altisonantes como la de aquel aburguesado ministro de Guerra que dijo hace tiempo que en año y medio acabaría la guerra. Luego tuvo que sentarse a escribir sobre la guerra pues nunca logró acabarla.

Sería muy interesante que los responsables de la sociedad y de las comunidades tuvieran que responder, al menos por lo prometido. Cuando las cosas no se cumplan en la realidad, deberían indemnizar de alguna manera a las comunidades. Esto quizá generaría unos líderes parcos y hasta casi mudos, cosa que también se agradecería mucho. Y tal vez llevaría a que el común de la gente se despertara a decirse a sí misma las cosas como en realidad son y no como engañosamente se las pintan. Reclamó alguna vez Jesús a los que lo llamaban “Señor, Señor”, pero no cumplían sus enseñanzas. No entrarán en el Reino, sentenció.