RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Diciembre de 2013

La Iglesia y el capitalismo

 

Don Jorge Ospina Sardi, economista de quilates, ha escrito en su columna de LaNota.com, un fuerte editorial de rechazo a las afirmaciones que en la exhortación “La alegría del Evangelio” el Papa Francisco hace respecto al mundo capitalista actual. “Absurda”, “simplista”, “sandeces”, “peregrino argumento”, “sin perspectiva histórica alguna”, “visión económica tan infantil”, “irresponsable generalización”, “baja categoría intelectual y … ramplón”, son las expresiones del economista para calificar al Pontífice. Como siempre sucede al ver las reacciones que genera una acción, se puede uno imaginar que sucedió una de dos cosas: o que estuvo muy mal hecha o que pisó un callo muy sensible.

La relación conceptual entre la Iglesia y el capitalismo ha sido siempre un poco tormentosa. A la primera le parece el segundo un poco salvaje y tirano; al segundo, la primera le parece idealista, desinformada e ignorante. La godarria económica de los Estados Unidos también fue también durísima con el Papa esta semana, llegando a calificar sus postulados de “comunistas”. Sin embargo, las cosas no suelen pasar de ahí, hasta donde sabemos. Las chispas que produce este encuentro de cuando en vez, son evidencia de que en el fondo hay formas muy diversas de ver la actividad económica de la vida y de las sociedades. El capitalismo, en su forma más virulenta como la que deja ver el doctor Ospina, sostiene a capa y espada que nada debe interponerse a sus iniciativas y ganancias y mucho menos a su repartición (en el caso que se dé). La Iglesia cree que todos los bienes, incluyendo el dinero, pueden ser distribuidos mucho más de lo que actualmente se hace, sin dejar todo a ese famoso señor llamado “libre mercado”.

La Iglesia, al hablar de temas económicos, tiene siempre entre pecho y espalda la situación de los pobres, con los cuales se las ve todos los días y todas las noches. No son teóricos ni documentos de Planeación Nacional. Ahí están frente a ella, de carne y hueso, pidiendo ayuda siempre.  Y la Iglesia les cree sus historias y tiene que estar de parte de ellos. Y por lo mismo grita a los encerados oídos de muchos ricos o administradores de riquezas que hay que profundizar las acciones para que los pobres pasen a una condición más digna y humana. Que sus gritos a veces carezcan de lógica puede ser cierto. Pero que es todavía muchísimo más lo que se puede hacer para que multitudes enteras vivan bien es innegable. Me atrevo a sugerirle al doctor Ospina, mi buen amigo Jorge, que diserte ahora sobre lo que para él y los grandes capitalistas son los pobres. Quizás allí tengamos puntos de encuentro.