Nuestra pasividad cómplice
Si estuviéramos en Ecuador, ya los pueblos indígenas habrían derrocado al Presidente y a su Canciller por haber dejado perder gran parte de nuestro mar. Si estuviéramos en España ya la sociedad civil habría puesto en su lugar a los violentos por su barbarie. Si estuviéramos en Grecia ya los ciudadanos se habrían agolpado sobre los corredores de bolsa que arruinaron a miles de personas. Si estuviéramos en Chile ya los estudiantes habrían exigido en verdad una educación que sirva para algo en la vida. Y así sucesivamente. Pero no. Transitamos con un espíritu abúlico que todo lo permite, todo lo aguanta y en la tarde de cada día lo convierte en chiste a través de La Luciérnaga.
Es largo el inventario de lo que ha cosechado la proverbial pasividad o resignación de los colombianos. Nos quitaron Panamá, ganamos la guerra con Perú perdiendo territorio, somos íntimos de la Venezuela que hospeda nuestros enemigos, regalamos tesoros indígenas a la España que nos conquistó. Nos han destruido a Bogotá, llevan a la población en buses como sardinas enlatadas, las autopistas se deshacen como si fueran hechas de merengue y nadie protesta ni se opone. Y este panorama vergonzoso se repite en todos los niveles de la vida a través de las más variadas situaciones como la infidelidad en los matrimonios, la violencia dentro de las familias, la negación de un padre para miles de niños, el incumplimiento de los deberes económicos, etc. Aquí se pueden hacer toda clase de fechorías que nada va a pasar.
Sin embargo, no es que no sintamos dolor y rabia por tanto atropello junto ni por tanto inepto a la cabeza de estas situaciones. Pero como no tenemos la costumbre de hacer sentir nuestro inconformismo abiertamente, este se deja ver a través de canales menos visibles, pero no menos preocupantes. Alcohol, droga, homicidios, riñas, demencia, resentimientos, abstencionismo, incredulidad, etc., son apenas algunos de los cráteres a través de los cuales se deja ver la hiel amarga que hay dentro de la colombianidad. Queda siempre la preocupación de cuándo esto se va a convertir en un río de lava que convertirá todo en brasa y cenizas. Jesús, contemplando a Jerusalén, lloró y le anunció días difíciles, los cuales finalmente llegaron. Le reclamó el no darse cuenta de qué es lo que produce realmente paz. La pasividad sin límite puede encender fuegos inapagables.