Puro cristianismo | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Diciembre de 2020

Estoy pensando en el título de una de las obras de C.S. Lewis: “Mere christianity”. Son reflexiones recopiladas acerca del cristianismo, su esencia y su real valor para la vida de las personas y las sociedades. No me referiré a esa obra, sino que me valgo de su título para sintetizar mi convicción de que, hoy, mucho más claro que en otras épocas o situaciones, el cristianismo, la religión cristiana, tiene todo para ofrecerle al mundo un horizonte de esperanza y de sentido. Da lástima ver cómo se comporta la humanidad en los tiempos actuales ante las dificultades, ante la potente presencia del mal, ante la prepotencia de los más poderosos, pero también ante la necesidad de hacer de la libertad un bien que requiere la mayor delicadeza en su uso y aprovechamiento. En parte, el movimiento errático de personas y comunidades inmensas, creo que obedece a la pérdida de relación con su fe cristiana y su abandono en manos del azar y un subjetivismo desbordado.

El cristianismo, el puro cristianismo, ha ofrecido y propuesto a la humanidad dos ejes para caminar por la historia con sentido y norte claros: amor a Dios y amor al prójimo. Pueden plantearse como dos relaciones capaces de plenificar la vida en todas sus múltiples variables que, ya está visto, no son pocas ni todas fáciles de cargar. No ofrece la fe cristiana una realización del yo sin el tú, no le da a la vida un itinerario que no llegue sino hasta el cementerio, sino que lo hace trascendente, no aliena al hombre ofreciéndole paraísos terrenales ni dioses con pies de barro. Nada de eso. Le abre las posibilidades de llegar al cielo –lugar existencial de Dios- pese a nuestra flaquezas, siempre iguales y siempre agotadoras. Le ofrece redención a una condición, la humana, a ratos tan banal y egoísta. Invita al hombre y a la mujer a abandonar lo prosaico de la condición pecadora y a ponerse en plan de santidad y eternidad. En síntesis, el cristianismo, el puro cristianismo, es un llamado al amor pleno, sincero, sin cálculos, generoso, desprendido, eterno.

Pero el cristianismo también le ofrece a cada persona y sociedad en concreto una tarea en la cual desgastarse fructuosamente. Jesús lo plantea como el grano de trigo que debe caer en tierra, morir y germinar para dar nueva vida. La tarea, aunque suene duro, es morir todos los días, no por uno mismo, sino por los demás. Es la renuncia clara a girar en torno a sí mismo, con sus consecuencias que llevan al hastío, para levantar la mirada y ver al otro y al Otro, y darse de lleno a ambos. Y es que la cultura actual nos invita a un narcisismo enfermizo que ya nos ha enfermado a todos. Ahí no hay felicidad ni alegría. El Redentor encarnado, cuyo nacimiento recién celebramos, hizo de la entrega a los demás y del cumplimiento de la voluntad de Dios, la mejor forma para que todo tenga sentido y razón de ser. El mundo sin el cristianismo, sin el puro cristianismo, es un desierto en el que crecen seres solitarios. Con el cristianismo es un gran oasis donde hay agua para todos. Y agua que sí quita la sed.