Por cuenta de la violencia de algunos hinchas del fútbol en Latinoamérica, el Continente acaba de quedar como el subcontinente que todos los otros creen que somos. La final de la emblemática Copa Libertadores de América, el torneo de fútbol internacional más antiguo del planeta, no pudo realizarse en Buenos Aires, la ciudad a la que correspondía el honor por ser la sede de los equipos en contienda. Tampoco en la República Argentina, país a cuya Asociación pertenecen los equipos del Boca Juniors y el River Plate.
El dichoso partido de fútbol no pudo celebrarse en ninguno de los otros países latinoamericanos. Desde Chile hasta México, a la Conmebol no le pareció ningún país ni estadio digno de albergar semejante final. Ni el Nacional de Santiago, Ni el de Lima, Ni el Campin, el Atanasio o el Metro en Colombia, ni el Azteca en México que ha albergado dos finales de mundiales. A los mandamases del fútbol suramericano tampoco les parecieron dignos de la final de su máximo torneo ninguno de los países anglosajones del continente. Ni Canadá, ni los Estados Unidos de América. Comprensible que hayan excluido a priori a los Estados Unidos de América, pues las autoridades judiciales de ese país son las únicas del mundo que han tomado cartas en el asunto de la corrupción en la FIFA y en los negociados del fútbol. Allá están presos varios de los otrora “jefes” del fútbol, el de la Federación Colombiana entre ellos. Por allá no van, no vaya y sea.
Y así por arte de birlibirloque y a fuerza de sacar excusas sucesivas, lograron cambiar el nombre simbólico de la Copa Libertadores de América, para, como con inmensa sabiduría dijo Martín Caparrós, dejarla convertida en la Copa Conquistadores de América al celebrarla en el puro corazón del imperio que nos tardamos 400 años en echar de estos lados.
Pero ni el simbolismo, ni la historia, ni el sentimiento nacional o de hincha de equipo les importa a los dirigentes del fútbol latinoamericano. Lo único que les interesa es el dinero. Cada vez que ocurre una tragedia alrededor del fútbol, lo menos que les interesa es buscar soluciones. Ni de seguridad, ni de prevención, ni de educación. Ninguna. Como será el asunto que en Colombia, por ejemplo, las soluciones (las pocas que ha habido) han partido del propio Estado. Han sido las administraciones locales, la Policía Nacional y hasta la Iglesia Católica la que se ha puesto de acuerdo con las barras o los que han presionado a las autoridades del fútbol para adoptar medidas tan elementales como la de no patrocinar las barras bravas con boletas y otras gabelas.
Y en medio de ese negocio que para los dueños solo es una forma de hacer dinero propio o de lavar el ajeno, los hinchas comprometen sus sentimientos que resuelven con la misma violencia que en otros campos.
Y los genios que manejan el fútbol, en lugar de resolver el problema, lo trasladan a donde empezó. A Europa, hogar de hooligans, ultras y demás especies que también nos vinieron de allá.
@Quinternatte