MIRADOR
Polvorín
LA crisis venezolana campea en la zona de frontera con Colombia. Los compatriotas que lograron pasar a puntos fronterizos, incluso, a Cúcuta y Pamplona, pasan días de incertidumbre a la espera de que en su país las cosas cambien.
Las revueltas populares en Caracas tocan pueblos, estados y caseríos de Venezuela. También repercuten en zonas de frontera donde la situación no es favorable para cientos de familias vecinas que experimentan desesperanza y hastío.
El cierre de la frontera simboliza el caos en el vecindario. Sin embargo, también evidencia la poca responsabilidad política de nuestro lado para mejorar entre dificultades las condiciones de vida de nuestros ciudadanos.
Recordemos los cientos de mujeres y hombres expulsados groseramente por el Gobierno de Miraflores.
Lo que ocurre hoy en Venezuela impacta los pueblos de frontera. Colombianos impedidos para ejercer su trabajo en intercambio de bienes y productos básicos.
Es poco lo que puede hacer el ejército colombiano para mitigar el drama de colombianos y venezolanos presos en sus territorios comunes. El sagrado derecho a la libre movilización no existe ahora.
No puede ser que a la zona fronteriza no se le de el reconocimiento cultural, político y económico que merece. Y sin dolientes.
Debería nombrarse un gerente para la zona de frontera. Algo similar a lo que entonces se hizo con San Andrés Islas. Un vocero del Presidente que concerté y actúe de cara a los problemas de frontera.
Lo cotidiano en Caracas es explosivo. Un polvorín social. Una revuelta popular. Una oposición envalentonada hasta los dientes contra el imperio que montó Maduro para perpetrar su sed de mandar a ciegas y contra toda lógica política.
¿Dónde andan la ONU y la OEA? ¿Qué hacen, para qué sirven? ¿A quién protegen? O actúan o pierden vigencia. Su naturaleza es actuar frente al caos o el conflicto continental. Y no lo hacen. Solo mensajes endebles, casi cobardes, sin arrestos ni coraje. Se tendrán que repensar o reinventar.
¿Y Unasur qué? ¿Cerró?
Urge la acción legal de Naciones Unidas y la OEA. Ningún Estado tiene la potestad de derrocar o propiciar golpes de mando en patio ajeno. El intervencionismo a ultranza, no.
Lo que sí deben hacer las organizaciones internacionales es propender por los derechos humanos y exigir respeto con los ciudadanos, principio de la carta magna de los países.
Si hay tiranía contra el pueblo, habrá que pensar en intervención diplomática.
Cuando el río suena piedras trae. Las aguas suenan agitadas. Algo viene río abajo.