Orlando Cano Vallejo | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Noviembre de 2014

Un paraguas

 

Se pronostica un fin de año pasado por agua en mayoría de regiones colombianas. Clima impredecible, nada ni nadie atina en su curso. Pronósticos pocas veces aciertan y las autoridades parecen incapaces de contener la furia del cambio climático. Cuando nos habían prevenido sobre fuerte ola de calor, sequía y daños en cosechas por el fenómeno del Niño, estamos resistiendo embates de un invierno que ya causa estragos en poblaciones campesinas, laderas, cultivos, carreteras y centros urbanos.

Ha habido congestiones, retrasos y cancelación de vuelos en aeropuertos. Las noticias no son alentadoras en caso de continuar el invierno. El fin de año tendría traumatismos en operaciones aéreas por mal tiempo y también por imprevisión de compañías aéreas. Si en aeropuertos llueve, en vías del país no escampa. El transporte de mercancía y de pasajeros por carretera es una penuria en época de lluvias como la actual. Cierres, bloqueos, derrumbes, deslizamientos, caída de bancadas, daños en puentes y lodo, impiden movilidad por principales tramos nacionales, regionales y vecinales.

Estragos causados por intensas lluvias las tres últimas semanas en varias zonas del país, incluyendo Bogotá, vuelven a poner en evidencia lo pobre que estamos en infraestructura, y medidas de prevención y atención. Un aguacero de 40 minutos infarta la capital colombiana. Eso ocurre en cualquier lugar del mundo. Claro que sí. Lo que no pasa en todas partes es que las autoridades ya avisadas del tema sean sorprendidas y no cuenten con estrategias ni herramientas adecuadas para atenuar los impactos de lluvias. Lo mismo que cuando llega intenso verano. No somos capaces ni diligentes en proteger agricultura y ganadería. Se secan las cuencas hídricas, desaparecen riachuelos, lagos y quebradas. Todo en medio de tala indiscriminada de bosques.

Vuelve la temporada invernal y el drama reaparece. Inundaciones, pequeñas poblaciones sumidas en el caos, el miedo y la muerte. Cultivos arrasados. Carreteras bloqueadas. Autopistas y dobles calzadas obstruidas en varios tramos, trancones, sobrecostos y largas horas de espera o atrapados en vías o caminos vecinales.

¿Para qué sirvió la época de verano? Hubo buen clima para trabajar en planes de emergencia, de contingencia y de prevención de desastres. Si se sabe que cuando llueve hay derrumbes entre Bogotá-Melgar-Girardot, entre Ibagué y Calarcá, Túnel de La Línea, por qué no se trabajó en esos frentes? Si hay conciencia de que una semana de lluvias pone en jaque nuestra obsoleta infraestructura, ¿por qué no se actuó con oportunidad, firmeza y voluntad política para mitigar los daños?

No es fácil domar la naturaleza. Nuestra topografía agreste dificulta las cosas y nos pone el agua al cuello. Por eso, la acción del Estado debe ser ingeniosa para afrontar la situación. Poco aprendemos.