Serenidad
Ojalá este martes el rostro nacional muestre mejor semblante luego del caos por el desenfreno de quienes a menudo pierden el control, arman los espíritus, asumen furia ciega que no les permite ver que cualquier diferencia debe ser resuelta por las vías del diálogo y la tolerancia.
Un banquero de inversión dijo que el caos del país semeja un incendio voraz que no se apaga al menos que cesen los odios. Lamentó que la ira de las turbas, escudadas en protestas de campesinos, daña aún más afuera la imagen del país. El banquero previno que un ambiente enrarecido como el que experimenta Colombia hace que la tarea de atraer nuevos inversionistas sea aún más complicada. No es fácil ir a la eurozona o al Asia, o a EE.UU., o a Centroamérica, y lograr que los inversores se animen a traer sus platas a un país con semejantes escenas de pánico, violencia y vandalismo.
Si crece la inversión extranjera es porque los gobiernos se han preocupado por brindar garantías jurídicas y reciprocidad a las firmas foráneas. También porque hay un manejo económico favorable y un sector privado comprometido con el desarrollo empresarial. Si la decisión de los hombres de negocios dependiera del cortoplacismo, de eventos inesperados como protestas sociales y ataques de la delincuencia, seguro que pocos se arriesgarían.
Lamentable el estado de cosas que viene sufriendo la gente de bien y nuestra institucionalidad. Golpes bajos a la sociedad. Ataques aleves a nuestros recursos. Agitación de masas que intentan saquear hasta nuestra honra. Roban, bloquean, insultan, agreden y asesinan. Hay histeria en unos grupos desadaptados y parece crecer el contagio. Nadie puede oponerse a marchas, paros o movilizaciones pacíficas. Pero es inaceptable que unos cuantos antisociales hagan de las suyas con una crueldad que hiere el sentimiento nacional. Un tema cultural dirán. Asunto de educación, justificarán. Cuestión de pobreza, de negación de derechos fundamentales como empleo y vivienda, apostarán otros.
Sin embargo, tiene que haber algo más de fondo, sombras ocultas que impiden ver a los verdaderos responsables de este desorden que intimida y causa miedo y asombro. Cómo puede un nacional herir con tanta rudeza su país? Qué lleva a estos jóvenes y menores a atacar tan ferozmente su propio entorno? ¿Qué los lleva a arrasar con las ciudades? ¿Por qué les roban a los honestos? ¿Por qué saquean el producto de quienes trabajan? ¿Qué motiva ese odio visceral que los hace irracionales? ¿Ellos entenderán de partidos políticos, de los reclamos campesinos, de reforma agraria, de bondades y peligros en diálogos con las Farc?
Calmemos los ánimos, desarmemos en casa los espíritus. El país necesita serenarse.