Sabemos de sobra que durante los últimos días del año es prácticamente inevitable hacer balance personal. A veces no sacamos nada en limpio porque el ruido exterior predomina sobre la paz interior, y lo que queda son las secuelas del licor y las viandas consumidas en las celebraciones para enterrar el año viejo que queda como congelado en el pasado, como si por arte de magia el año nuevo trajera consigo la vida nueva. Una vez más la mente engaña al corazón. Así pues, al menos deberíamos intentar otro camino, el de proponernos emprender una nueva lucha.
“La vida nos es dada y nos es dada vacía. Hay que llenarla” (Ortega y Gasset). No importa que, según la dosis de optimismo o pesimismo que manejemos en ese balance, la encontremos medio llena o medio vacía. Como en el deporte, lo que más importa es competir airosamente y con empeño, luchar. Recordemos aquí con Unamuno: “Qué vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ¿Qué? ¡luchar!, ¡luchar!... ¡adelante!, ¡adelante siempre!”
El futuro, hasta cierto punto, está solo en nuestras propias manos y en las de Dios. No importa que nos pase como a Don Quijote, que al final de sus días, confiesa: “Los santos pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de su brazo, y yo hasta ahora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos”. Lo dice el hombre del que Sancho afirma “que viene vencedor de sí mismo”, aunque estuviera desengañado de sí.
De todos modos, siempre será mejor pensar más en lo que hemos hecho bien, que en lo que hemos hecho mal. De esta manera podemos apalancar mejor el futuro. Es posible que la cuenta de pérdidas y ganancias nos sea desfavorable, pero podemos invertir la tendencia únicamente a fuerza de lucha, de esfuerzo tenaz y perseverante, con ilusión.
No viene nada mal meditar con calma en algún cambio que nos lleve no tanto a promesas o formulaciones teóricas, sino a una efectiva transformación de la conducta a base de comportamientos específicos y concretos, de pasos que sumados nos lleven lejos.
No nos dejemos llevar por instantes de relumbrón que representan el cambio de calendario. Lo que de verdad importa es bucear dentro de nosotros para encontrar razones de ser, ideas madres, lo esencial, lo fundamental que, a veces, dejamos pasar inadvertido. Asirnos allí, como quien se agarra a una tabla de salvación. Lo único que tiene sentido es ver cómo llenamos las alforjas del alma, tarea ésta en la que nadie nos puede remplazar, aunque sí ayudar.
El único hombre-Dios, nuestro Señor Jesucristo, cuya entrada en la historia de la humanidad conmemoramos en estos días, siempre está dispuesto a ayudarnos en nuestro camino para ser mejores, si le abrimos el corazón con humildad y sin miedo.
¡FELIZ NAVIDAD! y ¡PRÓSPERO 2019!