Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Enero de 2015

En permanente avance

 

“¡Mientras tengamos tiempo, obremos el bien¡”, nos dice el Libro Santo (Gal. 6,16). “El tiempo es oro”, dice adagio popular. Pensamientos como éstos nos impulsan a estar en permanente avance en nuestra vida. Qué importante renovar este enriquecedor compromiso, cuando estamos, todavía, en albores de un nuevo año que nos concede el Señor.

Con el correr de los días habrá, ciertamente, circunstancias y acontecimientos que nos animarán a ese avance permanente, lo cual es fácil de asumir con gratitud al Dios providente. Es bueno aprovechar ese ánimo que nos dan esos sucesos enriquecedores del espíritu, no ensoberbecernos por ellos y reconocer que al triunfar se llega por dones recibidos de lo Alto.

Tendremos, al lado de aquellas circunstancias confortantes, otras difíciles que es preciso afrontar con valor humano y confianza en Dios, en quien “vivimos, nos movemos y existimos”, (Hech. 17,27). Frente a las dificultades, qué bien asumir cuanto con gran propiedad expresa el manual de una importante organización apostólica: “nunca hay razón para desesperar”.

Animan, de verdad, testimonios de valor en medio de las mismas limitaciones de momento, siendo impresionante p.e. el indomable coraje del Libertador Simón Bolívar, cuando estaba en cama, abatido por fiebre, en Pativilca, y, al preguntársele en tales circunstancias, “¿en qué piensa, mi general?”, responde: “¡en triunfar!”. Temples como el de Bolívar han tomado impulso en lo señalado por un luchador valiente: “¡si cayere a pedazos el mundo a mis pies, impávido me levantaré sobre las ruinas!”.

Es de anotar que hay resortes íntimos que impulsan a gestos de valor como el orgullo que se siente al profesar unos ideales, o la convicción de la necesidad de dar testimonio de ellos, lo cual  lleva a gestos, tal vez extremados como el de José María Córdoba en Santuario (Antioqua). Le pone de manifiesto el enemigo, al apuesto “Héroe de Ayacucho”, que en sus circunstancias bélicas en las que en ese momento se encontraba “era imposible vencer”, pero él responde: “¡pero no es imposible morir”!

Más hondos que esos impulsos de solo valor humano son los que dan principios religiosos que no solo se profesan sino que se viven, que llevan a desafiar la ira de los perseguidores, y afrontar el más doloroso martirio, animados por la voz de un Jesucristo quien dijo a los suyos: “no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, agregando: “temed, más bien, al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo” (Mt. 10,28). Es el mismo Maestro divino quien expresó, con tono de seguridad, que ante persecuciones y traiciones: “no tengáis miedo, pues, el que persevere hasta el fin ese se salvará”. (Mt. 10,22). Para esa firme seguridad en el bien, así vengan persecuciones  y martirios Él ha ofrecido a sus fieles seguidores: “Yo estaré con ustedes todo los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20).

Pero, no solo en esos momentos en que se nos presentan retos entre el bien y el mal sino en el diario trascurrir de la vida cuando se acumulan fracasos, cuando es preciso no desfallecer. Es ya proverbial cuanto decía en medio de fracasos bélicos Winston Churchil: “¡de derrota en derrota hasta la victoria final!” .

Confortante cuando se obra por principios y no con veleidades, sin estar vendiendo la conciencia al que más dinero o privilegios ofrezcan,  o, a costa aun de principios apuntar a la causa triunfadora. Hay que avanzar tras ideales claros e indeclinables. “Varón justo”, señala la Biblia, a persona como el artesano José de Nazareth, que cumple, sin vacilaciones, su excelsa misión. Tras esos ejemplos a seguir, si queremos firme camino y permanente avance en nuestro existir, como se dice, gráficamente: “¡para atrás, en el camino del bien, ni para tomar impulso!”.

monlibardorarmirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.